7 de octubre de 2023

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Socorro Rojo Internacional.

ESPAÑA: SOLIDARIDAD CON LOS PRESOS POLÍTICOS

19 de enero de 2007

Muy poco alcance, como hemos visto, ha tenido el talante de los sociolistos. En realidad, entre el talantismo (que no es sino el felipismo remozado) y el aznarismo, pocas diferencias se aprecian; y entre éstos y el franquismo que los parió, tampoco demasiadas.

Aquí seguimos en las mismas, con talante, con proceso de paz y con lo que haga falta. La omnipresente y omnipotente Audiencia Nazi-onal sigue campando a sus anchas, deteniendo, encarcelando y condenando a cientos de militantes abertzales, comunistas, anarquistas y revoltosos en general. La ultrafascista Ley de Partidos continúa criminalizando y proscribiendo ideas y proyectos políticos. La presión y persecución policial sobre el movimiento revolucionario y antifascista, si bien resulta menos evidente que en la época más desatada de los peperos, no dejan de estar presentes. Las cárceles continúan estando llenas de presos políticos. El número de presos políticos está en torno a los 700. Las torturas en las comisarías y cuarteles, como las que sufrieron los militantes del PCE(r) detenidos en junio pasado, siguen siendo sistemáticas bajo la llamada Ley Antiterrorista. Y, como ejemplo supremo de cómo entienden el concepto de democracia los GALosos, se pretende, incluso, imputar a los currelas que se plantaron en las pistas del aeropuerto del Prat un delito de sedición y alteración grave del orden público por defender sus puestos de trabajo, y hacerlo como mejor creían que debían hacerlo, hartos de tanto mangoneo y tanto chalaneo por parte de la patronal y sus mafias sindicales a sueldo.

En fin, cuando decimos que seguimos viviendo bajo el fascismo no es, desde luego, una licencia más o menos literaria, no es una metáfora ni un recurso retórico, sino la constatación de una realidad innegable: la que padecemos cada día.

De ahí la necesidad de relanzar la lucha antirrepresiva, la solidaridad con los presos políticos y la lucha revolucionaria en general, de no quedarnos impasibles ante todo lo que está ocurriendo. Si nos decimos antifascistas, si nos decimos revolucionarios, debemos demostrarlo en la práctica, no podemos mirar para otro lado, pues el fascismo no hará sino ganarnos terreno y, finalmente, tendremos que pedir permiso hasta para respirar. Y de lo que se trata es de dejar de perder terreno y empezar a ganarlo, lo que requiere lucha, lucha y lucha.
¿Y cómo debemos entender la lucha antirrepresiva y la solidaridad con los presos políticos?
No hay que entenderlas como un fin en sí mismas; tampoco como algo humanitario. La lucha antirrepresiva y la solidaridad con los presos políticos, y ésta es la base de la que hay que partir, no son sino distintas formas que adopta la lucha revolucionaria. No están al margen de ella. Son otro frente de lucha más. Han de tener, por tanto, un contenido claramente político y combativo. Hay que denunciar la represión, fundamentalmente, para desenmascarar al sistema, para socavar sus bases, para ir ganando posiciones, para debilitarle, en definitiva. Hay que solidarizarse con los presos políticos no sólo en el sentido de ayudarles económicamente, escribirles y demás. Todo esto es muy necesario. Pero hay que ir un poco más allá: la mejor solidaridad para un preso político es que se siga peleando, que se recoja su relevo y que, por cada revolucionario encarcelado, surjan diez en la calle, dispuestos a hacer avanzar la lucha de resistencia. Éste es el tipo de movimiento antirrepresivo y solidario que necesitamos.

Otro punto que hay que tener muy claro en lo referente a la lucha antirrepresiva es que tenga un carácter unitario y auténticamente antifascista. ¿Qué quiere decir esto? Que se denuncie y se combata de igual manera la represión que sufra cualquier sector antifascista y revolucionario, sean los obreros en lucha, militantes de organizaciones armadas, militantes de organizaciones políticas... Hay que acabar con aquello de que yo no me solidarizo con aquél porque soy comunista y él anarquista o al revés.

Respecto al enemigo hay que formar un frente común. O nos unimos o nos devoran. Es así de sencillo. Nuestras diferencias, no obstante, permanecen; la lucha ideológica entre los distintos sectores antifascistas y revolucionarios, siempre sobre la base del respeto, no tiene por qué cesar; podemos, y casi debemos, seguir despellejándonos dialécticamente.

Estamos hablando no de una unidad voluble, conciliadora, amorfa y buenrrollista, por decirlo de alguna manera, sino de una unidad sobre la base de los principios. Nadie tiene que renunciar a su identidad política. De lo que se trata es de coordinarse en torno a una serie de reivindicaciones mínimas sobre cuestiones que nos afectan a todos, pues el Estado no hace muchos distingos ideológicos a la hora de perseguirnos: al que defiende sus ideas y su proyecto con consecuencia, rápidamente le detiene, le tortura, le encarcela, le ilegaliza, le echa encima todos sus perros de presa.

Hoy, ahora, hay un enemigo común y hay que enfrentarlo en común. Esto es algo que se ha repetido muchas veces. Casi aburre volver a insistir en ello. Pero hay que asumirlo de una vez por todas. Ya no es tiempo de remolonear ni de escurrir el bulto. Ciertos sectarismos muchas veces no son sino coartadas o justificaciones para no hacer lo que se tiene que hacer, para mantenerse en una militancia cómoda, sin demasiadas complicaciones. A esto se le da un disfraz ideológico, se oculta la propia inconsecuencia política tras una posición supuestamente principista. Yo no me solidarizo con él, no porque tenga miedo a meterme en líos, sino porque no estoy de acuerdo con sus ideas, porque va contra mis principios. De este modo se justifican algunos. Cualquiera conoce casos de este tipo. Desgraciadamente, esa nociva y perniciosa militancia lúdico-festiva, acompañada de mucho folclore, de mucha apariencia y de mucha simbología sin contenido, está muy extendida.

Pero algo tiene que quedar claro de una vez por todas: ser revolucionario, ser antifascista, no puede ser entendido como una especie de hobbie, como un juego, como un mero entretenimiento ni como una pose; ser revolucionario, ser antifascista es hacer todo lo posible por echar abajo este podrido sistema bajo el que vivimos y sufrimos, trabajar sin descanso, asumiendo los riesgos y renuncias que conlleva, por construir una sociedad más libre y más justa, donde sea posible un proyecto de vida digna y feliz (o un proyecto de vida a secas, pues hasta esto se nos niega hoy).

Esto es algo que cada vez se tiene más claro. Aquí y allá, de los sectores más sanos de la juventud trabajadora, surgen nuevos luchadores dispuestos a trabajar y a darlo todo. Se crean colectivos, asambleas, plataformas, se editan nuevos periódicos y fanzines con una consecuencia política y una claridad de ideas impensable hace sólo unos años. No obstante, no nos engañemos, aún nos queda mucho trecho por recorrer. Pero el hecho de que se empiece a tener claro qué es un militante revolucionario o antifascista, qué conlleva, es un paso muy importante, que nos permitirá ir avanzando y ganando posiciones, siempre que por nuestra parte nos mantengamos firmes y sepamos adónde queremos ir y cómo alcanzar nuestros objetivos.

Otro comportamiento, en mi opinión, bastante mezquino, en el que se ha incurrido en los últimos años por parte de algunos, es el de condicionar la solidaridad y la denuncia en función de si un represaliado es inocente o culpable de los cargos que le imputan los jueces fascistas. Si era inocente, había que solidarizarse; si era culpable, era mejor desentenderse del asunto, no vaya a ser que nos salpique la mierda.

Éste es otro ejemplo de la particularísima forma en que entienden algunos la militancia.
Cuando alguien es represaliado, y éste es, creo, un principio básico, no hay que tener en cuenta si es culpable o inocente o los métodos de lucha que ha utilizado para defender sus ideas revolucionarias. Esto, como digo, se ha dado bastante. A mucha gente se le ha negado la solidaridad porque ha utilizado las armas, o porque ha defendido su utilización y, además, ha tenido la consecuencia de no negarlo nunca. Y eso es, para hablar claro, una auténtica vergüenza.

Uno puede tener la concepción de la lucha que crea más conveniente. Pero un represaliado político es un represaliado político, independientemente de que su concepción de la lucha coincida o no con la nuestra o de que sea inocente o culpable. No podemos entrar en ese juego de la inocencia o la culpabilidad. No podemos entrar en esa trampa. No nos deben interesar la inocencia o la culpabilidad (inocentes, por otro lado, sólo lo son los bebés en la cuna). Un luchador (no importa con qué medios haya desarrollado su lucha) es reprimido y hay que defenderlo. Éste es el único principio por el que hay que guiarse.

A un compañero, Ciete Calcerrada, que ahora está en la cárcel de Córdoba, con 11 años de condena, precisamente por participar en el movimiento antirrepresivo y solidario, encuadrado en los colectivos por un Socorro Rojo Internacional, le escuché en una ocasión: hay que defender a los inocentes y a los culpables, pero principalmente a los culpables.
Y cuando habla de culpables, no se refiere a la culpabilidad en términos jurídicos burgueses, sino al represaliado que no reniega de sus ideas cuando se ve en un calabozo de la policía o en una cárcel; que, por el contrario, se reafirma en esas ideas, que se reivindica como luchador, que no agacha la cabeza, que se reconoce culpable de querer destruir este podrido sistema y ayudar a construir un futuro mejor para todos.

Todos los presos y represaliados políticos son nuestros presos y represaliados políticos; los inocentes y los culpables, los que luchan con unos métodos y los que luchan con otros. Si no tenemos claro esto, nos las van a dar todas, como se suele decir, en el mismo lado.

De un tiempo a esta parte, se han creado algunos colectivos, plataformas y asambleas antirrepresivas. En general, las ideas y los objetivos se tienen bastante claros. En este plano, se aprecian avances importantes. Debates como aquel -en el fondo, bastante ridículo-, entre lo que era un preso político y un preso social, se van superando, aunque sigue dando sus coletazos. Salvo algunos recalcitrantes, nadie pone en duda que no es lo mismo alguien que va a la cárcel por haber asumido, conscientemente y con todas las consecuencias, un compromiso político y el que va a la cárcel llevado por las circunstancias, por un problema de drogas, etc.

Pero tener las ideas y los objetivos claros no lo es todo. Además, hay que crear las condiciones para hacer un trabajo cada vez más efectivo y amplio. Aquí entra, por ejemplo, la cuestión organizativa.
En el movimiento antirrepresivo y solidario se aprecia una importante dispersión de fuerzas y tendencia al localismo. Entre los distintos colectivos, asambleas y plataformas se da muy poca o ninguna coordinación, y esto supone una traba importante a la hora de realizar un buen trabajo. Creo que establecer lazos y formas de coordinación es una de las tareas más importantes del momento. De este modo, se podrían lanzar campañas conjuntas, extendidas por todo el Estado, de denuncia de tales o cuales hechos represivos, por la amnistía, contra las leyes y tribunales de excepción... Por otro lado, a los colectivos, asambleas y plataformas se les abrirían más perspectivas, adquirirían más consistencia, tendrían más continuidad y no pasaría, como se ha visto tantas veces, que, encerrados en sí mismos, sin posibilidad de desarrollarse, acaben disolviéndose y perdiéndose con ello unas fuerzas valiosísimas en estos tiempos en los que no andamos precisamente sobrados de militantes.

Hay organizaciones que ya están trabajando en este sentido desde hace bastante tiempo, en la línea de crear un organismo antirrepresivo y solidario, de carácter unitario y antifascista, asambleario y democrático, para todo el Estado español (y no sólo para todo el Estado español, sino también a nivel internacional). Entre esas organizaciones están los colectivos por un Socorro Rojo Internacional (SRI), proyecto que se pone en marcha a partir de la Asociación de Familiares y Amigos de los Presos Políticos (AFAPP).

Es indispensable un organismo de este tipo. La situación lo demanda desde hace mucho tiempo. Ante el incremento de los niveles y la extensión de la represión, el movimiento antirrepresivo y solidario debe avanzar; y avanzar significa clarificarse en lo político y en lo ideológico y fortalecerse en lo organizativo. El movimiento antirrepresivo y solidario, en la situación en que se encuentra en el momento actual, es impotente para hacer frente a las acometidas del Estado. Ésta es una realidad más que evidente, de la que hay que sacar las necesarias consecuencias. O empezamos a organizarnos y a coordinarnos o todos nuestros esfuerzos serán vanos; no pasaremos de tener una actividad apenas testimonial. Y de lo que se trata es de ser un problema para el Estado, que la represión no le salga gratis, que cada acto represivo le suponga un desgaste. Para ello, necesitamos extender la denuncia y la movilización; y esto sólo lo podremos conseguir si contamos con una estructura organizativa que nos permita realizar un trabajo constante y amplio.

Esta estructura organizativa, por otro lado, no hay que entenderla como algo hipercentralizado. No se trata de esto. Esta estructura organizativa, como ya se apunta más arriba, ha de ser dinámica, asamblearia, democrática, unitaria y antifascista. Una centralización excesiva es innecesaria en el terreno de la lucha antirrepresiva y solidaria; con establecer unos parámetros de actuación, fijar unas reivindicaciones mínimas y crear unos mecanismos de coordinación es suficiente para ponerse a trabajar.

En mi opinión, en lo inmediato, la cuestión organizativa es una de las tareas fundamentales del movimiento antirrepresivo y solidario. Acometer y culminar esta tarea es una condición básica para empezar a desarrollarse a un mayor nivel.
Por último, pienso que es evidente para todos que estamos pasando por una coyuntura política muy particular, en la que el movimiento antirrepresivo y solidario debe saber situarse.
El Régimen constitucional que tan generosamente nos legó el Caudillo ha agotado toda una etapa histórica y política que se ha prolongado a lo largo de 30 años, desde aquella farsa que se dio en llamar la transición democrática, pergeñada y ejecutada por el propio franquismo.
A lo largo de estos 30 años, la oligarquía financiera y sus partidos a sueldo han hecho todo lo posible por darle consistencia y estabilidad a esta democracia coronada que se sacaron de la manga. Pero, por lo que se ve, no han tenido mucho éxito. La legitimidad de sus instituciones es bastante escasa. Un buen índice de que esto es así lo tenemos en que la abstención no hace más que crecer en cada nueva convocatoria electoral. Los partidos políticos, sean los vendidos de Izquierda Unida, los GALosos del PSOE o los falangistas del PP, son percibidos como lo que son: una panda de parásitos, unos mercenarios al servicio de los grandes capitalistas. La línea de continuidad entre el actual régimen y el franquista es algo que cada vez más sectores sociales tienen claro. Pretendían, por medio de la represión, acabar con toda forma de disidencia política y, aunque, indudablemente, han conseguido algunos éxitos, no han alcanzado su objetivo. La lucha de resistencia, en sus diferentes formas, con su debilidad, ha continuado. Y, de hecho, el Estado se ha visto obligado a empezar a negociar con un sector de esa resistencia, como es el MLNV.

Todo esto no es sino la constatación de su fracaso. Y es este fracaso el que le lleva a hacerse un nuevo lavado de cara, a emprender una segunda transición, consciente del agotamiento de la primera. En esto están en este momento. Y ésta es la coyuntura política particular a la que aludo más arriba.

El movimiento antirrepresivo y solidario tiene un importante papel que cumplir en esta coyuntura. El Estado, pese a su pretendida fortaleza, está mostrando su debilidad, la está reconociendo implícitamente. Como diría Mao, es un gigante con pies de barro. Se le pueden arrancar, si luchamos consecuente y tenazmente, algunas concesiones. El movimiento revolucionario tiene sus objetivos estratégicos. Pero no debe ni puede renunciar a conseguir esas concesiones. La lucha por la amnistía general para todos los presos políticos revolucionarios y antifascistas cobra en este momento una importancia fundamental. Pasa a ser prioritaria. Hay que arrancar a nuestros compañeros y compañeras de las cárceles fascistas, hay que movilizarse por la amnistía, hay que crear en todos los lugares donde sea posible plataformas por la amnistía, organizar charlas y actos de todo tipo...

Aunque, por otro lado, hay que tener muy presente que la reivindicación de la amnistía general está indisolublemente ligada a otras reivindicaciones, como son la del reconocimiento de unas auténticas libertades políticas y sindicales, la derogación de la Ley de Partidos, la disolución de un tribunal de excepción como lo es la Audiencia Nacional, la restitución de las conquistas económicas, sociales y laborales de los trabajadores, el derecho de autodeterminación para las nacionalidades oprimidas por el Estado español, la salida de España de la OTAN y demás organizaciones militares imperialistas...

Estas reivindicaciones pienso que son asumibles por el conjunto del movimiento revolucionario y antifascista y, por lo tanto, por el movimiento antirrepresivo y solidario. Considero que constituyen una plataforma política muy firme, muy concreta sobre la que trabajar y constituir una auténtica, combativa y amplia unidad antifascista.

Un militante del PCE(r).