7 de octubre de 2023

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Partido Comunista de España (reconstituido).

ESPAÑA: EXTRADICION DE MANUEL PEREZ MARTINEZ.

27 de octubre de 2006

(27 de octubre de 2006). Tras haber cumplido seis años de condena en Francia. Inminente extradición de nuestro Secretario General. En los próximos días esperamos que se proceda a la entrega por Francia del Secretario General de nuestro Partido, Manuel Pérez Martínez, a quien tras su detención en París se le abrieron numerosos sumarios en España para prolongar su encarcelamiento indefinidamente.

Nuestro Secretario General estará en manos de sus verdugos, que no han tenido bastante con mantenerlo encarcelado todo este tiempo en Francia sino que han utilizado a los chacales de la Audiencia Nacional para abrirle una batería de sumarios, acusándole de todo lo divino y lo humano.

Se trata de un caso único en toda la Unión Europea; en ningún otro país está ilegalizado un Partido Comunista como lo está el nuestro; en ningún otro país está encarcelado su Secretario General desde hace seis años, como lo está el nuestro.
Se trata de un caso único también porque nuestro Partido no sólo sigue estando perseguido desde su mismo nacimiento, sino que esta persecución se ha extendido por toda Europa, donde se mantienen causas abiertas, tanto en Francia como en Italia como una amenaza permanente.

¿No alardean mañana y tarde de sus excelencias democráticas? ¿A qué tienen tanto miedo? ¿Por qué nos siguen persiguiendo como en los tiempos de la Internacional Comunista? En 1933 los nazis abrieron un juicio contra Dimitrov, Presidente de la Internacional Comunista, acusado de quemar el Reichstag y sus bastardos hispánicos siguen en la misma línea. ¿Qué es lo que ha cambiado? No ha cambiado nada absolutamente; el imperialismo conduce al fascismo, a la represión y a las farsas judiciales con las que tratan de encubrirla.
Aseguran que el comunismo ha muerto tras la caída del muro de Berlín, pero ni siquiera los que hablan de ello deben estar muy convencidos. Saben lo que les espera, saben que el capitalismo camina a paso ligero hacia su tumba y tratan de alargar lo inevitable cuanto más tiempo mejor.
Tienen un pánico tan grande que no han dudado en ensañarse contra un pequeño Partido Comunista como el nuestro; su bancarrota es tan grande que hasta nosotros les parecemos gigantes. Evidentemente nuestra fuerza no es cuantitativa: nuestra fuerza son las ideas comunistas que mantenemos y defendemos. ¡Es el comunismo lo que es realmente fuerte, invencible! Saben muy bien que si nosotros perseveramos, nuestra debilidad se convertirá en fortaleza y su fortaleza en debilidad. Así es la dialéctica de la historia.

No nos castigan sólo a nosotros; en nosotros castigan a todo el movimiento de resistencia, a los que no se rinden, a los que no se entregan, a los que continúan en la lucha diaria. En nuestros cuerpos tratan de intimidarles a ellos para acobardarlos, para que renuncien, como pretenden que renunciemos nosotros.
Es importante que todos lo tengan claro: los camaradas de nuestro Partido que están encarcelados en Francia y en España son rehenes secuestrados por sus ideas políticas y nada más que por sus ideas políticas. Si nosotros procediéramos a retocar, a maquillar o a suavizar nuestras ideas comunistas, nuestro programa y nuestra línea, los camaradas presos serían inmediatamente liberados; se acabarían los sumarios, los juicios y las cárceles.

Todo se resume en eso. Por eso nuestra fuerza es nuestro programa y nuestra línea política, una y otra vez confirmado y corroborado por una dilatada práctica política de varias décadas. Nuestro programa es la aplicación concreta y precisa de los principios comunistas en España. Los fascistas saben de sobra que habrán perdido la batalla cuando nuestro programa deje de ser nuestro y se convierta en el programa de todos los explotados y oprimidos. Por eso no vamos a cambiarlo ni a modificarlo por más que nos detengan, nos torturen y nos encarcelen. Durante décadas el Partido Comunista estuvo liquidado en España por la traición revisionista, y costó también muchos años reconstruirlo, encontrar una línea política acertada y un programa que resumiera las aspiraciones más sentidas por las masas. Este es un hecho irreversible en la historia de nuestro país; ha costado muchos esfuerzos que no vamos a arrojar por la borda porque entonces las masas nos arrojarían también a nosotros por ella, como han hecho con todos los oportunistas.

Esa gigantesca conquista del proletariado español ni ha llovido del cielo ni es ninguna casualidad; se debe a las tradiciones combativas de nuestra clase, a su prolongada experiencia de lucha contra el fascismo así como al desenmascaramiento de la payasada de transición que los fascistas trataron de sacarse de la manga. Hay quien no tiene en cuenta que en España los fascistas no han permanecido en el poder unos pocos años, como en otros países, sino durante muchas décadas, así que nadie conoce mejor sus manejos que nosotros. Tampoco entienden que aquí el fascismo aún no ha sido derrotado, como en otros países, sino que ha sabido persistir y adaptarse, como los camaleones, a todas las coyunturas políticas que se le han presentado. Y tampoco tienen en cuenta que si eso ha sido posible no ha sido debido a la habilidad política de los propios fascistas, sino al apoyo de los revisionistas en 1956 y de todos los reformistas veinte años después.

Pues bien, nuestros camaradas más veteranos, entre ellos Manuel Pérez Martínez, han vivido y padecido en sus propias carnes todos esos procesos. En su juventud, nuestros camaradas más experimentados también estuvieron en las filas del PCE y de las juventudes comunistas; también creyeron -ingenuamente- que aquel partido revisionista se podía cambiar desde dentro, porque su degeneración sólo era cuestión de Carrillo y una pequeña camarilla de acólitos. Nuestros dirigentes eran obreros de la construcción, como Manuel Pérez, eran obreros de los astilleros, como Fernando Hierro, o de los Altos Hornos de Barakaldo, como Enrique Kuadra. Participaron de la ilusiones sindicales de Comisiones Obreras y de todas las farsas revisionistas de los años sesenta, hasta que la lucha de clases, implacable y voraz, les quitó la venda de los ojos: con los revisionistas y los oportunistas de toda calaña no hay posibilidad ninguna de arreglo; no dejan lugar más que a la denuncia y a la crítica implacable, sin concesiones. No solamente no cabe ninguna forma de unidad sino que hay que romper con ellos y criticar su colaboracionismo.

Los viejos obreros de la construcción de Madrid, y especialmente los escayolistas, aún recuerdan a nuestro Secretario General, entonces un adolescente, aprendiz del gremio, militante de las juventudes comunistas y de Comisiones Obreras a mediados de los años sesenta. Vivía en una chabola del Pozo del Tío Raimundo, en el más profundo sur de Madrid, construida clandestinamente por la noche con sus manos y con las de sus padres y sus trece hermanos, todos ellos obreros de la construcción como él. Aún recuerdan las batallas con la policía y los falangistas en el barrio para que llegaran los autobuses, para que se asfaltaran las calles, para que llegara el tendido de la luz eléctrica, etc. Pero sobre todo recuerdan la tumultuosa asamblea de Comisiones Obreras a finales de los años sesenta en San Fernando de Henares, cuando aquel adolescente denunció los manejos de los revisionistas en el sindicato y llamó a la ruptura, que se aprobó por unanimidad.

Ya habían roto con el revisionismo, pero ¿y ahora qué? Ahora estaba lo verdaderamente difícil ¿Existía en España un verdadero partido comunista? Si existía había que unirse a él y si no existía había que crearlo. Por aquella época había muchos, como los obreros de la construcción de Madrid, que también habían roto con los revisionistas y se proclamaban como los auténticos comunistas. Fue una época confusa; la censura fascista no dejaba circular los textos de Marx, Engels y Lenin y, naturalmente, los revisionistas, a su vez, los habían escondido en la caja fuerte. El carrillismo había causado estragos; no sólo había descompuesto al PCE para siempre sino también a sus militantes más honestos, incluidos a los que estaban en el exilio, incluidos a los que rompían con él, que se llevaban tras de sí toda la podredumbre.
Y esto no lo decimos sólo por lo demás; lo decimos también por nosotros mismos, por aquella vieja OMLE que sólo había roto con el revisionismo de una manera formal, de palabra, mientras conservaba muchas de sus lacras.

Acabar con todo aquel pesado lastre, al tiempo que se combatía al fascismo, no fue cosa fácil. Hubo que partir de cero. Ése fue el gran mérito de nuestro Secretario General que, ya entonces fue de los pocos que se dio cuenta de que la tarea principal era reconstruir el Partido Comunista; no crear un nuevo Partido sino reconstruir el que ya existió, el que dirigió heroicamente al proletariado español en los tres años de guerra contra el fascismo y en la guerrilla posterior. La clave del éxito residía en eso: no se podía combatir el fascismo sin denunciar al oportunismo, y a la inversa, la lucha contra el oportunismo era indisociable de la lucha contra el fascismo.

Por el contrario, todos los demás se llenaban entonces la boca, como se la llenan hoy, de unidad con los revisionistas y los oportunistas, mientras nos atacaban a nosotros con toda clase de adjetivos, el más fino de los cuales era el de que formábamos parte de la ultraderecha.
Naturalmente que, cuarenta años después, cualquier tesis política hay que contrastarla con la práctica y la experiencia. ¿Teníamos razón? ¿Teníamos razón cuando dijimos que el régimen no se iba a democratizar o la tenían los oportunistas cuando decían lo contrario? ¿Teníamos razón cuando dijimos que había que romper con el oportunismo o la tenían los que querían cambiar al PCE desde dentro? ¿Teníamos razón cuando dijimos que las masas darían la espalda al carrillismo o la tenían los que creían que se iba a fortalecer y desarrollar? ¿Teníamos razón cuando levantamos la bandera de la república o la tenían los que levantaban la monarco-fascista? ¿Teníamos razón cuando dijimos que había que proclamar la República Popular o la tenían los que reivindicaban el retorno a la Segunda República?.

Pues sí, la razón estuvo y sigue estando de nuestra parte. Pasado el sarampión de la transición, los fascistas han vuelto por donde solían, a los gloriosos años cuarenta, aquellos de la Ley de Responsabilidades Políticas, cuando se ilegalizaron las organizaciones del Frente Popular, ahora llamada Ley de Partidos. Ahora es cuando muchos se dan cuenta del fraude político en el que hemos vivido; ahora es cuando se aperciben de la verdadera catadura del PCE y quieren romper con él; ahora es cuando quieren reconstruir el Partido Comunista. Todo esto nos alegra y demuestra la justeza de aquellos planteamientos nuestros de hace cuarenta años. Quizá dentro de otros cuarenta años estén repitiendo lo mismo que nosotros decimos ahora. Llegarán a la reunión de la historia con cuarenta años de retraso, pero por nuestra parte siempre serán bienvenidos. Tampoco entonces nos encontrarán; nosotros estaremos cuarenta años por delante de ellos.