RULFO, EL HUÉRFANO DE JALISCO
Por: AGENDA DE REFLEXION.
El 7 de enero de 1986 falleció en la ciudad de México Juan Rulfo. Había nacido el 16 de mayo de 1917, él sostenía que en la casa familiar de Apulco, Jalisco, aunque fue registrado en la ciudad de Sayula, donde se conserva su acta de nacimiento. Vivió en la pequeña población de San Gabriel, pero las tempranas muertes de su padre (1923) primero, y de su madre (1927) poco después, obligaron a sus familiares a inscribirlo en un internado en Guadalajara, la capital del estado.
Durante sus años en San Gabriel entró en contacto con la biblioteca de un cura (básicamente literaria) depositada en la casa familiar, y él recordará siempre estas lecturas siendo apenas un niño, esenciales en su formación y vocación literarias.
Una huelga de la Universidad de Guadalajara le impide inscribirse en ella y decide trasladarse a la ciudad de México. Pero allí también se encontrará con la imposibilidad de revalidar sus estudios de Jalisco, y tampoco se le permite ingresar a la Universidad Nacional; pero asiste como oyente a los cursos de Historia del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras. Se convierte en un conocedor muy serio de la bibliografía histórica, antropológica y geográfica de México. Durante buena parte de las décadas del 30 y 40 viaja extensamente por el país, trabaja en Guadalajara o en la ciudad de México y comienza a publicar sus cuentos en dos revistas: América del DF y Pan de Guadalajara. En estos mismos años se inicia como fotógrafo, dedicándose de manera muy intensa a esta actividad, publicando sus imágenes por primera vez en América en 1949.
A mediados de los cuarenta inicia una relación amorosa con Clara Aparicio, de la que queda el testimonio epistolar. Se casa con ella en 1948 y los hijos comienzan a aumentar su familia poco a poco. Abandona su trabajo en una empresa fabricante de neumáticos a principios de los cincuenta y obtiene en 1952 la primera de las dos becas consecutivas que le otorga el Centro Mexicano de Escritores, fundado por la estadounidense Margaret Shedd, quien fue sin duda la persona determinante para que Rulfo publicase en 1953 El llano en llamas (donde reúne siete cuentos ya publicados en revistas e incorpora otros diez nuevos), y en 1955 Pedro Páramo, ambas obras propuestas por Rulfo como sendos proyectos en sus dos períodos como becario del Centro.
A partir de la publicación de estos dos libros el prestigio literario de Rulfo habrá de incrementarse de manera constante, hasta convertirse en el escritor mexicano más reconocido en México y el extranjero. Sus lectores en las más diversas lenguas se renuevan continuamente, por lo que se le considera ya un clásico.
Las dos últimas décadas de su vida Rulfo las dedicó a su trabajo en el Instituto Nacional Indigenista de México, donde se encargó de la edición de una de las colecciones más importantes de antropología contemporánea y antigua de México. Rulfo, que había sido un atento lector de la historia, la geografía y la antropología de México a lo largo de toda su vida, colmaría con este trabajo una de sus vocaciones más duraderas.
Dio a conocer en 1980 una colección de fotografías suyas que abrió al público el conocimiento de esta parte de su creación; desde entonces el interés por el fotógrafo Juan Rulfo no ha cesado de incrementarse y con él las exposiciones y los libros dedicados a sus imágenes.
La obra literaria de Juan Rulfo no cesa de editarse en español y un número creciente de idiomas, que se acercan al medio centenar actualmente.
Sobre El llano en llamas
Rulfo mismo cuenta la historia:
“En 1942 apareció una revista llamada Pan, que por su peculiar sistema me dio la oportunidad de publicar algunas cosas. Lo peculiar consistía en que el autor pagaba sus colaboraciones. Allí aparecieron mis primeros trabajos. Y si no fueron muchos se debió únicamente a que carecía de los medios económicos para pagar mis colaboraciones.
“Más tarde pasé a colaborar en América, revista antológica, donde ¡al menos no cobraban por publicar!... En 1952 obtuve una beca de la Fundación Rockefeller, establecida en México un año antes. Mediante esa beca y con el apoyo generoso del Centro Mexicano de Escritores, logré dar forma y publicar el libro de cuentos titulado El llano en llamas”.
El cuento “Luvina” ha sido considerado un precursor de Pedro Páramo, mientras “Diles que no me maten” o “No oyes ladrar los perros” son incluidos por muchos entre las obras maestras de la cuentística universal. Otros admiran la complejidad de “El hombre” o la ironía de “Nos han dado la tierra”, “El día del derrumbe” o “Anacleto Morones”, y en todos los cuentos de la colección está presente esa peculiar mezcla de habla popular, poesía y alta literatura que es característica de la pluma de Juan Rulfo.
Sobre Pedro Páramo
Pedro Páramo tuvo una larga gestación. Rulfo sostuvo que la primera idea de la novela la concibió antes de cumplir los treinta años, y ya en dos cartas dirigidas en 1947 a su novia Clara Aparicio se refiere a esta obra bajo el nombre de Una estrella junto a la luna, diciendo que le daba algún trabajo. También declaró Rulfo posteriormente que los cuentos de El llano en llamas fueron en parte una manera de aproximarse a su novela. En la última etapa de la escritura de ésta cambia su nombre a Los murmullos, y gracias a una beca del Centro Mexicano de Escritores puede concluirla entre 1953 y 1954. En este último año tres revistas publican adelantos de la novela y en 1955 aparece como libro. Algunos críticos advierten de inmediato que se trata de una obra maestra, aunque no faltaron lectores habituados a los esquemas novelísticos del siglo XIX que se desorientan frente a su innovadora estructura, reaccionando con desconcierto.
Sobre Pedro Páramo se han expresado autores como Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez.
El argentino declaró: ’Pedro Páramo es una de las mejores novelas de la literatura de lengua hispánica, y aun de toda la literatura’.
García Márquez escribió, recordando su primera lectura de la novela: ’... Alvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda! Era Pedro Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá -casi diez años atrás- había sufrido una conmoción semejante’.