7 de octubre de 2023

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APARICIÓN DE LA OTRA

Cuento de Eduardo Pérsico.

25 de enero de 2010

Aquel viernes la mujer cerró su estudio contable y viajaría a la costa sin manejar su auto. Ya saliendo de Buenos Aires en el último asiento de un ómnibus, a media tarde presintió el fin del verano. Ella andaba cerca de cumplir cincuenta años, temible divisoria entre mujeres, y aquello también rondaría la inevitable discusión que tendría con su marido en la casa de veraneo. Algo nada agradable.

Unos futbolistas en los asientos cercanos quizá le aturdirían el viaje pero el hombre a su lado, sobre el pasillo, le sonrió que los muchachos viajaban cerca y le ofreció acomodarle el bolso en el portaequipaje. ‘Sí, gracias’ dijo y no sospechó nada en la tibia demora sobre su mano. Por una hora larga fueron cambiando frases de ocasión: ella habló de su hija de veinte años y no mencionó estar casada con un político ‘siempre en campaña’, y el hombre, algo menor, reconoció ser un perpetuo viajante ‘por ahora en seguros’ y divorciado hacía mucho tiempo. El ómnibus iba a buen ritmo hacia cuando el día cae plomizo sobre el campo, y al descender el grupo futbolero y acallado el murmullo, los dos quedaron en el último asiento lejos y apartados del resto.

Al rato y tal vez no de improviso, el hombre le tomó una mano con decisión y le habló sonriendo ‘al fin solos’. Acaso ella fingió distraerse pero más bien nadie vería cuando él musitó ‘permiso’ al quitarle los anteojos. Ni apenas atinó al usual ‘¿qué hace?’ sin convicción al ablandar los labios al imprudente beso y como si obrara por reflejo, aflojó una mano hacia el pecho del hombre debajo la camisa. Se apartaron a mirarse en los ojos y ya retomaron el juego que les conmovería más allá de la boca, creciente impulso tras ocultos fervores que refrena la especie. ‘Nuestra pasión también somos nosotros’, le recordó esa otra mujer que contuviera ella.

- Carlos- pronunció él al separarse y rozar suave sus ojos con dos dedos.
- Daniela- pronunció por primera vez en tanto él ambulaba su mano infructuosa en destrabarle un cierre. Y de haber sabido eso, la otra, Daniela, hubiera vestido una falda liviana en lugar de ese incómodo pantalón vaquero, sonrió…

Bajaron en el primer pueblo y entraron a una hostería donde él solía dormir. Sin demasiado preámbulo, en la habitación Carlos se adelantó a moderar el agua para bañarse juntos y al quitarse íntegramente la ropa, ella se alegró que ‘la otra’ le dispusiera esa libertad. Y juntos derivaron a linderos con incitaciones que en sus sueños ella anhelaría traspasar. Sin apremios cada uno ahondaría la intimidad sin límite o precepto, hasta culminar en el primer temblor tan ajeno a misa y confesiones, y gloria de compartir aquel desborde entre desconocidos.

Desde empezar el viaje hubo horas en un tiempo sin medida relojera, y no por ser llamada diferente se sintió feliz. Ella o aquella imaginaria recién aparecida, amada con la intensidad que prometen los sueños, se convirtió en hembra plena con más gemidos que palabras en aquel regodeo de explorar socavones de su cuerpo. Y quizá tan sólo descubrieras eso, le diría Daniela…

Al anochecer pidieron algo de comer, coincidieron en dos copas ‘del mejor vino blanco frío’ y charlando con alguna ternura al paso, se durmieron. Tal vez abrazados por un rato. A la mañana el hombre prometió ver a un cliente y volver pronto, la besó al salir y le puso en la mano sus datos y teléfonos ‘por cualquier cosa’. Ella dobló la tarjeta sin leerla y al verlo irse la dejó por ahí. Después recompuso su maquillaje, acomodó sin apuro el bolso de mano y dejó la habitación.

- ¿A qué hora hay micro a Buenos Aires? –preguntó.
- En veinte minutos – le dijeron. Así que tuvo tiempo para un jugo de fruta y subir al ómnibus que llegó puntual. (Enero 2010)

Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.