7 de octubre de 2023

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EL TANGO LLEGÓ A LA ARGENTINA DESDE ANDALUCÍA

Opinión de Eduardo Pérsico (*).

17 de diciembre de 2009

(Y cuánto contradiga eso, es probable).

Una idea difundida sobre el origen del tango sostiene que nació sin letras por 1880, que deviene rítmicamente de la habanera cubana y que luego, al recibir ‘letrillas procaces y prostibularias’, se iría transformando con giros a veces enriquecedores y otras transitorios y olvidables . Así sintetizado, los primeros tangos de difusión popular fueron expresiones bailables, sin canto, y que entre 1890 y 1900 fue incorporando letras picarescas y lunfardas de las que se guardan aún registros. Tal vez esto no sea muy incierto pero el concepto pertenece a una línea que por décadas ignoró un aporte ciertamente esencial; la raíz andaluza mostrada en los primeros tangos; tan evidentes en los de Angel Villoldo, autor fundacional de esa música y cuya obra más destacada se diera a inicios del siglo veinte. Aquel razonamiento inicial, también, creyó inseparable al tango del lunfardo, esa jerga o código entre dos para que no se entere un tercero, que al fin resultaran dos expresiones culturales independientes; más bien dos absolutos perfiles argentinos potables y libres de la colonia, que bien entrado ya el siglo veintiuno sostienen cierta identidad de nuestro pueblo.

Sin fervores ilimitados, digamos que el influjo del tanguillo andaluz y el aporte sentimental del fado portugués, - este poco considerado pero evidente- son ineludibles a la hora de interpretar el origen del tango, una expresión musical incorporada al modo esencial de generaciones de argentinos y que aún persiste.

A pesar de no ser al principio un género cantable, ya por el año 1811 aparece una copla entonada por los combatientes de Cádiz ante la invasión napoleónica: ‘con las bombas que tiran los fanfarrones se hacen las gaditanas tirabuzones’, a propósito de las bombas francesas que no estallaban. Y aunque no perdure su línea rítmica, refiere el especialista Roberto Selles en Las Primeras letras del Tango, que la milonga siempre fue ‘una especie musical surgida del canto, como sus antecesora, la guajira flamenca’, en cuanto ‘milonga’ es una voz del Quimbunda, un lenguaje de los negros del sur de Brasil que significa ‘milonga: muchas palabras, palabrerío’. Que hoy decir ‘déjese de tanta milonga’ expresa categóricamente ‘por favor, no hable de más’; un dato acaso prescindible pero que enlaza con que las primeras guajiras acriolladas entonadas por los porteños eran letrillas andaluzas de mala intención o de carnadura prostibularia. En 1857 se estrenó en el Teatro de la Victoria de Buenos Aires, Tomá mate, che, del español Santiago Ramos, que aludía al hábito criollo de tomar mate y por ahí decía ‘me dijo un moza al verme, este porteño me mata. Tomá mate, che, tomá mate, que en el Río de la Plata no se estila el chocolate’.

Más adelante, 1868, aparece el primer tango que dicen se oyera en Argentina, El negro Schicoba, de José María Palanzuelo, organista de la Catedral de Buenos Aires con letra de Germán Mc.Key, un actor panameño, y es una canción andaluza con aire muy juguetón que decía ‘un tango cara cun tango, un tango cara cun té, dame un besito mi negra ahora que nadie nos ve’. Otro estudioso, José Manuel Caballero Bonald, en su obra Danzas Clásicas Españolas de la escuela Antigua, habla entre otras del ´bartolo’ o ‘bartolillo’, y los versos identificatorioa resaltaban ‘Bartolo tenía una flauta con un agujero sólo y su madre le decía, tocá la flauta Bartolo’. Esto en Uruguay se adaptó en milonga y en Argentina, además de otras varias, se cantó como tango ‘Bartolo dejó una mina, yo no la quiero dejar, porque me calza me viste y me da para morfar’. Anteriores a este ya existían otros tangos andaluces que se acriollaran marcados con el ritmo de la habanera cubana, como el “Queco”, sinónimo de quilombo, que cantarían las tropas del general Arredondo por 1875, antes de la batalla del Quebracho: ‘Queco vení pal hueco, Queco, te tengo que hablar’, prolongado en su primera memoria como una expresión de tango compadrito. Por 1881, en Colección de Cantes Flamencos, de Antonio Machado y Alvarez, se menciona El Tango de la Casera, que los porteños convirtieron en Tango del Recoletero aludiendo a quienes participaban de las romerías de la Recoleta o del Pilar; reuniones de familia dl día que por la noche era concurrido por algunos bailarines de tango. El ya mencionado Angel Villoldo, - que fuera el primer autor profesional de tangos en cuanto los demás lo ejercían sin mucho rigor musical- tomaba de base al tango andaluz y al cuplé. Por ejemplo La Morocha, su tango más renombrado y difundido internacionalmente, que escribiera en 1905 sobre música del pianista Enrique Saborido, es decididamente un cuplé, concebido para ser cantado por la española Lola Candales, quien junto a Saborido actuaban en un cafetín de la calle Reconquista en Buenos Aires.

Por 1906 Villoldo compone Cuidado con los Cincuenta, otro ingenioso tema por su construcción musical y fuera grabado por muchas orquestas modernas pasado más de medio siglo. Ese tema, por su argumento y el modo de contarlo era un indudable tango andaluz: ‘una ordenanza sobre la moral decretó la autoridad policial, y por la que hombre se debe abstener decir palabras dulces a una mujer. Chitón, que al que se propase cincuenta le harán pagar’. Además del reconocido Cuidado con los Cincuenta quedan otros rastros del género chico español en los compadritos de Villoldo: ‘aquí tienen al torito, el criollo más compadrito que pisó la población’, hoy mismo suena divertido y zarzuelero. Y sin ningún ánimo crítico suponemos que este autor, Angel Villoldo, no tendría noticias de la opinión que Domingo Faustino Sarmiento publicara en su Facundo, Civilización y Barbarie por 1845: ‘en Buenos Aires sobre todo, todavía está muy vivo el tipo popular español, el majo… todos los movimientos del compadrito revelan al majo; el movimiento de los hombros, los ademanes, la colocación del sombrero y hasta la manera de escupir entre los colmillos, todo es de un andaluz genuino’. Una muy aguda observación de Sarmiento no muy concurrida al menos en el ámbito de la tanguería.

Lo mismo, en más de cien años de existencia el tango tuvo transformaciones en su ritmo así como sus letras llegaron a influenciar toda literatura de los argentinos. Hoy mismo, los escasos nuevos tangos mantienen la distintiva argumentación ‘de lo personal a lo social’, y su construcción musical profundizó una tendencia a ser música de cámara por su mayor elaboración armónica y apta sólo para solistas cada día más aptos.

Tal vez todo eso geste interpretaciones que no le quitarán el carácter argentino al tango, ya advertido por Jorge Luis Borges por 1930 al opinar sobre la calidad literaria de sus letras: ‘de valor desigual ya que proceden de plumas heterogéneas, las letras de tango que la inspiración o la industria han elaborado, integran un inextrincable “corpus poeticum”, que los historiadores vindicarán. Es verosímil que hacia 1990 surja la sospecha de que la verdadera poesía de nuestro tiempo no está en La Urna, de Enrique Banchs ni en Luz de Provincia de Carlos Mastronardi, sino en las piezas imperfectas que se atesoran en El alma que Canta. Y se refería Borges a una popular publicación semanal que difundía las letras de los nuevos y viejos tangos, agregando luego ‘esta suposición melancólica o una culpable negligencia, me ha vedado el estudio de ese repertorio caótico’. Una irónica reflexión en alguien como él, indudablemente argentino, que hubiera merecido un debate mayor entre nosotros, y que quizá no encaramos por esta tendencia nacional a mantener vigentes nuestras contradicciones. (dic.2009)

(*). Eduardo Pérsico, escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.