3 de noviembre de 2024

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Y ESTA VEZ, ¿QUIÉN LE PAGARÁ AL GAITERO?

Opinión de Eduardo Pérsico.

24 de febrero de 2008

El ejercicio del poder siempre requirió de la mentira institucional. Desembozada y con fina sutileza, la patraña, el embuste y la farsa son parte constitutiva de aquellos que mandan. Y en tanto el Poder actúa su rol con más o menos descaro es útil recordar alguna mentira que nos justificaron como algo imprescindible; ese recurso reiterado en voz baja ante la caída de las torres gemelas.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ostentaba un prestigio internacional al menos inédito en la historia contemporánea. Era muy difícil contrariar sus decisiones y así las cosas, en 1945 montó junto con los servicios secretos británicos una gigantesca operación de inteligencia y espionaje tendiente no ya a la desnazificación dentro de Alemania, algo que se daba casi naturalmente entre los derrotados, sino al enfrentamiento creciente con la Unión Soviética en pleno fervor stalinista. Esta situación analizó en su libro ‘La Cia y la Guerra Fría Cultural’ la escritora y cinematografista inglesa Frances Stonor Saunders, con una certeza que los hechos posteriores de la historia le dieron mayor validez.

Ningún analista político en serio de la época desechaba el enfrentamiento ideológico que casi rozaba lo militar entre rusos y norteamericanos, y circulaba no sólo dentro de Alemania y sus alrededores europeos sino en el mundo entero. La guerra fría cultural comenzó de inmediato a la caída de Berlín ante el ejército del mariscal Zhukov, cuando los rusos como tales se empecinaron en organizar conciertos y los norteamericanos, sin muchos escrúpulos según la autora, secretamente iban reciclando a los antiguos nazis que resultaran de utilidad en los ámbitos científicos y económicos. Esa tarea que duró bien adentrada la década del setenta había sido encaminada con fondos reservados del Plan Marshall, que luego dispondría la CIA en la batalla de la Guerra Fría, para ‘ganar a la intelectualidad occidental hacia las posiciones norteamericanas’, dice la autora. Debía demostrarse al mundo que Estados Unidos era también un país de poderosa cultura en los terrenos del pensamiento y no sólo en la fabricación de bombas atómicas, y un país apto a prestar servicios elaborados hacia los sectores más intelectualizados, y rechazar así la constante seducción del comunismo. Prácticamente la empresa ´le demostraría al mundo una época ilustrada que bien podría llamarse como el siglo americano’, y no hubo pocos escritores y personajes de la cultura y la inteligencia vinculados con semejante intención encubierta. Los norteamericanos irían reclutando a las élites aristocráticas de las mejores universidades o de las familias anglosajonas más relevantes, financiando lujosas y novedosas exposiciones, congresos de todo tipo y ediciones de amplia difusión que prestigiaran aquel proyecto sin nombre, y con una segunda intención que muchas veces negaron conocer los mismos beneficiarios de la intelectualidad. Supuesta ignorancia que todavía practican muchos becarios latinoamericanos de las fundaciones prestigiosas…

El libro de la autora inglesa que en su idioma titulara ‘Who paid de piper?’, - quién le paga al gaitero o quién paga elige la canción- refiere publicaciones de gran prestigio abonados con estos fondos, a saber ‘Tempo Presente’ en Italia, ‘Preuves’ en Francia y ‘Encounter’ en Inglaterra y olvidemos los nombres de muchas publicaciones aparecidas en Argentina y el resto de América Latina por esa época. Salvo la recordable revista Visión, voz del departamento de estado norteamericano. Pero bien, durante décadas la CIA gastó millones de dólares en actividades y emprendimientos culturales, y se convirtió en un ministerio de cultura norteamericano financiando museos y fundaciones de renombre que otorgaban prestigiosas becas. Esas cosas; el mismo Museo de Arte Moderno de Nueva York fue favorecido con estas operaciones encubiertas en esos años con un hábil trabajo que casi no prohijó a lo más reaccionario de la cultura europea, que seguía siendo sólida, sino que hasta favoreció el surgimiento de una izquierda no comunista.

En este trabajo la escritora inglesa menciona difundir como protegidos a T.S.Eliot, André Gide, Karl Jaspers, André Malraux, George Orwell y Salvador de Madariaga entre otros nombres de reconocido discurso liberal no siempre autoritario. Pero esa orientación se atenuaría en tanto creciera la Guerra Fría y los ejecutores del plan tal vez irían siendo desplazados. En esa instancia llegó el ajusticiamiento del matrimonio Rosenberg en 1953, las paranoicas persecuciones del senador Mc Carthy contra todo aquello que no comprendiera, la muerte de Jorge Eliécer Gaitán en Colombia y el siguiente ‘bogotazo’, la destitución del gobierno progresista de Jacobo Arbenz en Guatemala, por citar algo, y en ese rumbo conceptual para mostrar a Estados Unidos como abanderado de las libertades y las expresiones democráticas tropezarían con muchos más accidentes en el camino. Ernest Hemingway, Sigmund Freud y el mismo Thomas Mann fueron censurados y hasta prohibidos con alguna publicación, y bastante recordables en el ambiente de Hollywood persisten las persecuciones a guionistas, directores y actores de la época, como si fuera un hecho latente y jamás abolido. Y mucho menos ante la ‘inevitable crisis económica del sistema’, aceptada no solamente por la bolsa de Nueva York sino además por las gigantescas entidades bancarias del capitalismo, porque tal vez mejor les resulte sincerarse y no avalar a los cómicos columnistas latinoamericanos de los diarios tradicionales, incapaces de abandonar las ensoñaciones de la globalización, el neoliberalismo y los diseños financieros agotados en sí mismos. Demasaido aconteció en el mundo este último medio siglo pese a tantos proyectos anticomunistas o de seguridad nacional, muchos sangrientos, que diseñara Estados Unidos. Y si estas ciénagas financieras del sistema no resultan geniales variantes de sus servicios de inteligencia, ¿cuál será la canción que elegirá el Poder para que toque el gaitero?

(*). Eduardo Pérsico, narrador y ensayista, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.