7 de octubre de 2023

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ALEMANIA: LOS NAZIS IMPONEN LA LEY DEL ODIO EN UN BARRIO DE BERLÍN

Roger Suso (LA MAREA)

8 de mayo de 2013

El barrio de Schöneweide, un vecindario obrero degradado en el antigua Berlín Este, se ha convertido desde hace unos años en el embrión de lo que los neonazis denominan una National befreite Zone (zona nacional liberada), un feudo habitado por estos fanáticos y sus simpatizantes, de donde se ha expulsado a la comunidad extranjera y a parte de los vecinos opositores, y que trabaja en red de forma autogestionada con un objetivo: la proclamación del Cuarto Reich.

En un área de poco más de 600 metros se concentran varios puntos de la infraestructura marrón, el color que identifica al nacionalsocialismo. El lugar más destacado y concurrido de la Brückenstrasse es la taberna Zum Henker (Mesón del Verdugo), abierta hace tres años por un conocido neonazi de origen inglés, Paul Barrington. En ella se sirve sin tapujos el cóctel Himmla, en honor al jefe de las temidas unidades SS Heinrich Himmler. Pero las referencias al universo icónico construido por los nazis no se quedan en homenajes a alguno de sus líderes: en el bar se sirve una cerveza, bautizada con el nombre de Odin, el dios principal de la mitología nórdica, tan querida para los secuaces de la ideología totalitaria. Cuesta 88 céntimos (el código nazi para Heil Hitler!). La tasca tiene las puertas y las ventanas protegidas con planchas metálicas.

Las tiendas de esta calle berlinesa parecen un parque temático de exhaltación de la violencia. Para empezar, uno de los puntos calientes: un negocio de venta de ropa donde se ofertan actividades de airsoft (un juego de simulación militar) y material como porras extensibles y aerosoles de pimienta. La tienda, Hexogen, es propiedad de Sebastian Schmidtke, presidente del Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD, en sus siglas en alemán) en Berlín. Schmidtke reside en la misma calle y es uno de los principales líderes e ideólogos de los Autonome Nationalisten (Nacionalistas Autónomos), una fación obrerista militante que copia la estética del bloque negro (gorra de béisbol y sudadera negra con capucha), usurpa las imágenes del Che Guevara y el pañuelo palestino, pero sigue los postulados del strasserismo, la rama del nazismo más anticapitalista, dejando a un lado las cabezas rapadas, las cazadoras bomber, las camisas Lonsdale y las botas militares.

A escasa distancia, otros negocios ofrecen otras mercancías y servicios en este siniestro microcosmos fanático: una fonda (Zur Haltestelle) y una tienda de víveres y quiosco (GetränkeMarkt) registrados a nombre del neonazi Thomas Barutta. Barutta es también propietario de El Coyote, un local de striptease en la Edisonstrasse.

No muy lejos, en esa misma calle, la sala de conciertos Dark7side -donde se llevan a cabo conciertos y fiestas de RAC (Rock Against Communism)- y, por último, a una manzana escasa, una enorme y propagandística librería, llamada Der Soziale Buchladen (La Librería Social), regentada por miembros del NDP, como Henryk Wurzel, que empezaron su militancia en los grupos neonazis de la antigua Alemania del Este. En resumen, una ciudad en la que la exaltación de la estética nazi probablemente sirve para hacer proselitismo entre quienes se sienten ya tentados por esa ideología.

La transformación de barrios como Schöneweide es una de las manifestaciones más visibles de la pujanza de los grupos neonazis en Alemania, un país hipotecado por su pasado. Estos grupos fanáticos han vuelto a la primera plana de la agenda, como demuestra el hecho de que los políticos estén debatiendo estos días sobre la conveniencia de prohibir al NPD, la principal formación de ultraderecha.

El desencadenante fue el escándalo acerca de una célula terrorista de esta tendencia, Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU). Este grupo neonazi fue responsable de los asesinatos, cometidos en diferentes ciudades alemanas entre 2000 y 2007, de ocho personas de origen turco, otra de ascendencia griega y de una agente de policía. Se les atribuye también un atentado con bombas en un barrio turco de Colonia, un ataque a la comu- nidad judía rusófona de Düsseldorf, asaltos a sedes del partido socialista Die Linke y de atracos a bancos. El 4 de noviembre de 2011, dos miembros de la celula, Uwe Böhnhardt y Uwe Mundlos, se suicidaron cuando estaban acorralados por la policía después de haber asaltado una sucursal bancaria en Eisenach, en Alemania del Este. Poco después se produjo un incendio en la casa en esa ciudad de Turingia, donde habían vivido los dos junto con Beate Zschäpe, que se entregó a la policía cuatro días más tarde.

Precisamente ahora se celebra en Múnich el proceso judicial más importante contra el terror ultraderechista en Europa desde el proceso al noruego Anders Behring Breivik. Junto con Zschäpe se sienta en el banquillo Ralf Wohlleben, miembro y dirigente del NPD, sospechoso de formar parte de la estructura de la NSU.

La incompetencia de los servicios secretos

El proceso probablemente sacará a la luz más detalles sobre el escandaloso comportamiento de los servicios secretos alemanes, que va de la incompetencia manifiesta para detectar las actividades de los asesinos hasta la complicidad de sus agentes infiltrados y los intentos de algunos funcionarios por tapar el escándalo. Como apunta el abogado de las familias de dos de las víctimas de la NSU, Mehmet G. Daimagüler, “se han destruido actas y hay casos demostrados de confidentes de los servicios de espionaje interior alemán, el Verfassungsschutz, que recibían dinero del Estado mientras colaboraban con la NSU”. La dejadez y la falta de cooperación entre los distintos servicios secretos de los länder alemanes hicieron posible que el trio criminal continuara asesinando durante todos estos años. Varios altos cargos de los servicios de seguridad han sido obligados a dimitir.

El escándalo, y el probable vínculo del espionaje alemán con el NPD, ha vuelto a abrir el debate sobre la prohibición del partido de ultraderecha, que ha conseguido obtener representación parlamentaria en varios estados, sobre todo en el este. El Bundesrat, la cámara que representa a los estados federados, ha puesto en marcha el proceso para ilegalizar la formación. Pero la cámara alta del Parlamento alemán, el Bundestag, aún sigue debatiendo el asunto. El Gobierno de centroderecha de la canciller Angela Merkel, que aún se resiste a la prohibición, ha anunciado que se pronunciará en marzo.

Los reparos al proceso de ilegalización se explican sobre todo por la nefasta experiencia del pasado. En 2003, el Gobierno rojiverde de Gerhard Schröder había pedido la prohibición del NPD, pero la iniciativa terminó en un fiasco. El Tribunal Constitucional cerró el caso porque, durante las investigaciones, aparecieron un gran número de agentes infiltrados de los diferentes servicios secretos que, sin saberlo, se espiaban unos a otros. Los jueces consideraron que la abundancia de topos en las filas del NPD impedía determinar si las actividades ilegales demostradas por la acusación eran fruto de órdenes de sus auténticos dirigentes, o se debían a la influencia en el parti- do de los agentes infiltrados.

El descubrimiento de la celula de Zschäpe, Mundlos y Böhnhardt ha puesto el foco en el vivo activismo Muro, 182 personas han de los grupos neonazis, que acampan a sus anchas en barrios como Schöneweide. Las zonas nacionales liberadas son sitios muy peligrosos, sostiene el abogado Daimagüler, “para extranjeros, punks, gays, lesbianas o solicitantes de asilo”. Pretenden ser un estado dentro del Estado.

El primer precedente de zona nacional liberada se dio en Berlín en 1990. Con la caída del Muro, miembros del partido neonazi Nationale Alternative (NA) ocuparon el edificio número 122 de la Weitlingstrasse, en el barrio oriental de Lichtenberg. El experimento duró dos meses, hasta que el edificio fue desalojado por la policía, que requisó armas y material de propaganda. Aun así, y a pesar de la desmembración de NA el mismo año -debido a la confesión de su líder, Michael Kühnen, que admitió ser homosexual y estar enfermo de SIDA-, las experiencias en Weitlingstrasse han encontrado continuidad en Brückenstraße y también en Jamel, un pueblecito del mar Báltico donde hasta hay una señal de carreteras apuntando a las principales ciudades del Imperio alemán anterior a 1914 y a la pequeña ciudad austríaca de Braunau am Inn, lugar de nacimiento de Hitler.

Amenaza e intimidación

La intimidación, la amenaza, el insulto xenófobo y la agresión a inmigrantes, refugiados, opositores políticos, periodistas y antifascistas no es un hecho aislado de Schöneweide, como denuncian desde hace años los movimientos sociales, las plataformas ciudadanas del barrio y Gregor Gysi, el líder del grupo parlamentario de Die Linke en el Bundestag, que mantiene una oficina de atención ciudadana en Brückenstrasse. El NPD, con representantes en los parlamentos regionales de Mecklemburgo, Antepomerania y Sajonia, niega todo vínculo con la violencia y el terror. Sin embargo, como argumenta Daimagüler, está probado que da un amplio apoyo intelectual y logístico a la creación de zonas nacionales liberadas.

La canciller Merkel se disculpó en nombre de la República Federal ante las víctimas, en un acto de desagravio, por los errores del Estado en la trama de la NSU. “Pero las disculpas no son suficientes si el combate antifascista a todos los niveles está ausente”, sostiene Dai- magüler. En plena crisis social y económica, con éxitos electorales y movilización callejera, la amenaza del fascismo crece. Desde 1990, han muerto en Alemania 182 personas a manos de neonazis y las acciones violentas de trasfondo ultraderechista suben a miles de millares. Entre los tipos de actividad armada, la violencia de extrema derecha es, de lejos, la que ha causado más víctimas en el país germánico. Además, “hay amplias evidencias que sugieren que la ultraderecha alemana ha celebrado las muertes, en lugar de condenarlas”, afirma Daimagüler. Y en paralelo a todo esto, el movimiento neonazi sigue construyendo y tejiendo sus estructuras de manera inalterable y con total impunidad.