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A LA IZQUIERDA DE LA DERECHA
Por: Edgar Borges.
Suena a reiteración, pero también a fiesta privada, a club de enemigos muy íntimos; a maquillaje. A matrimonio de conveniencia. Y lo peor es constatar la veracidad del título: hay un sector que vive a la izquierda de la derecha.
El pensamiento ultraconservador representa la carga oxidada de la evolución humana; eso ya lo sabemos. De la derecha nunca surgirán respuestas que beneficien al individuo (ante sí mismo) ni al colectivo (como un todo integrado por individuos); eso ya lo sabemos. Pero, luego de tanto desgaste conceptual y práctico, ¿qué hace la izquierda para transformar este ciclo de dominio con aroma a derecha? Un vez conscientes de la forma de poder imperial que establece la derecha contra el individuo, ¿no deberíamos centrar el debate progresista en el propio cuestionamiento de nuestras erráticas estrategias?
Es cierto que hay muchas formas de hacer izquierda, pero, hasta ahora, ninguna de ellas ha logrado representar una opción vigorosa de pensamiento y acción. Y, dentro de esta variedad de izquierdas (desde las cómodas hasta las oxidadas), deseo centrar mi crítica en la izquierda (más engañosa) que cuestiona el modelo de poder sentada a la mesa (a la izquierda del banquete) muy al lado de la derecha. Es ese el tipo de progresismo cómodo que, ingenua o calculadamente, reproduce los mismos vicios del sistema que cuestiona. Y hace política (barata) diciendo que la derecha genera cúpulas, pero desde su progresismo también se instauran grupos privilegiados; levanta la voz contra los prejuicios de la cultura conservadora, pero desde su núcleo sólo se promocionan los valores (dogmáticamente) comprometidos con su causa privada. Se fabrican medios para competir con la derecha, no para cambiar la esencia del modelo. Poco o nada se trabaja para crear e impulsar un nuevo formato de convivencia, por ejemplo, basado en el respeto a la diferencia de cada individuo en comunión con el colectivo (y toda forma de energía). Esa izquierda terminó pareciéndose demasiado a la derecha que cuestionaba. Y, como si fuesen brazos de un mismo cuerpo, derecha e izquierda juegan a construir “castillos de mierda” en el pantano central del sistema. Es decir, en el centro donde se rentabilizan todas las ideas.
Alguna forma (y fondo) de izquierda tendrá que librar una gran batalla interna acorde con el siglo XXI. Ya no bastan ni las ingenuidades ni los desgastes conceptuales. Quien esté cansado que se lance a la cama, pero que no sea obstáculo del camino. Es absurdo (o engañoso) pretender cambiar el mundo bailando el mismo ritmo de los dueños de la fiesta. Cada vez se ven menos las diferencias entre políticos de derecha e izquierda; ya hasta sonríen igual, a medias, ni muy vivos ni muy muertos. Hace tiempo que asisten juntos (casi tomados de la mano) a las cumbres y a las fiestas populares. Y, con esta crítica, no estoy favoreciendo al tirapiedrismo. Hace rato que el sistema capitalista neutralizó cualquier posibilidad de lucha armada. Mucho menos podrían las piedras favorecer causa alguna. Me refiero a la urgente necesidad de instrumentar un pensamiento de izquierda realmente opcional (y estratégico) al modelo consumista. Tal formato debería diseñarse desde el vigor y la creatividad. No se requieren camaleones ni seudo progresistas (a la moda); ya de eso hemos tenido bastante.
El siglo XXI necesita una izquierda estratégicamente capaz de cambiar el mundo. ¿Quién dice que no es posible levantarse de la mesa del banquete consumista? Sólo habría que tener la voluntad y la inteligencia histórica como para atreverse a dejar el salón y salir a hacer la mesa con todos, a la luz del sol y a plena calle.
Edgar Borges es venezolano residente en España.