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EL EMBUSTE DEL “CAPITALISMO POPULAR”
Por: Hugo R C Souza (Traducido por Enrique F. Chiappa).
A Nova Democracia. Desde hace algunos años, América Latina vive lo que los desavisados y aquellos de mala fe llaman de “ola roja”. Para los desavisados se trata de un gran engaño. Para los de mala fe, es otro de sus muchos fraudes. No por la expresión, objetivamente vacía de sentido, sino, por lo que ella pretendidamente quiere significar. La tal ola sería la llegada sucesiva al poder en nuestro continente, por la “vía democrática”, de gobiernos compuestos y encabezados por representantes de la falsa izquierda.
Luiz Inácio en Brasil, Hugo Chávez en Venezuela, los Kirchner en Argentina , Evo Morales en Bolivia, Tabaré Vázquez en Uruguay, Michele Bachelet en Chile, Rafael Correa en Ecuador y ahora Fernando Lugo en Paraguay. Según la teoría de la “ola roja”, todos ellos tendrían, por la fuerza del voto popular, sucedido los gobiernos dichos “neoliberales” de Fernando Henrique Cardoso y compañía, y conducirían las masas latinoamericanas a la soberanía de hecho, tanto en su territorio, cuanto en su propio destino.
Pero todo no pasa de una gran farsa. Latinoamérica está hoy bajo administraciones que agravaron la situación del entreguismo, apostaron en la despolitización y confirmaron el aval para la corrida imperialista en la región. Son poco más de media docena de fanfarrones oportunistas mancomunados con las clases dominantes de sus países y comprometidos no con los pueblos de aquí, sino con los monopolios internacionales.
Recientemente el presidente de Ecuador, Rafael Correa, llegó a hablar en “capitalismo popular”, Luiz Inácio todavía no llegó a tanto, con todas las letras, pero quiere decir algo de ese tipo cuando habla cosas como “no dar el pescado, pero enseñar a pescar”. El “enseñar a pescar” del presidente brasileño significa crear las condiciones para que los pobres saquen el máximo de provecho posible de la prosperidad económica que el gobierno creó para el capital nacional e internacional.
Estos demagogos saben muy bien el tamaño del embuste que pretender vender a los pueblos latinoamericanos. Capitalismo popular fue, por ejemplo, el nombre por el cual Margaret Thatcher llamó su programa de privatizaciones en masa en la Inglaterra de los años de 1980. La “dama de hierro” vendió prácticamente todos los servicios públicos a la explotación del capital, transfiriendo para el patronato británico el control de empresas que pertenecían al pueblo, e inaugurando, junto con el yanqui Ronald Reagan, una tendencia que se arrastró por las administraciones burguesas de los países de todo el mundo.
En la época, parte de los activos de las empresas, hasta entonces públicas, fue vendida para la población en la forma de acciones muy distribuidas, que no tenían poder de decisión sobre los rumbos de los sectores estratégicos del país o de políticas volcadas para el bienestar de las masas. Los papeles sirvieron apenas para que una pequeña porción del pueblo ganase un dinero. Es de esto que se trata, es esto que se llama de “capitalismo popular”, a pesar de las muchas promesas, condenadas a la certidumbre de no verlas cumplidas.
De vez en cuanto vuelve a ser recalentada la conversa del “capitalismo popular” por los oportunistas de turno.
En los discursos de los evangelistas de la discordia, entre oprimidos y opresores, esta idea gastada puede atender por el nombre de “justicia social”, “participación de las ganancias”, “impuesto sobre las grandes fortunas” “tasa Tobin” etc.
La farsa acostumbra también ser presentada en la forma de innúmeros fondos nacionales o internacionales, creados siempre bajo el signo de la demagogia: “Fondo internacional contra el hambre”, “Fondo de Combate y Erradicación de la Pobreza”, o el recién creado “Fondo del Bien Común”, de apoyo a desempleados con más de 40 años –idea de la Asociación Cristiana de Empresarios y Gestores, que ganaría el premio de Demagogia del Año, si tal honraría existiese.
Prestidigitación deplorable
El llamado para una corrida a las bolsas de valores es una estrategia a la cual las elites y sus subordinados acostumbran a recurrir para tratar de hacer de la clase media un verdadero pibe de los recados de su mentira mayor: la de que el capitalismo existe para hacer la fiesta de todos.
Ya para las clases populares, muchas veces se le receta que para sanar la miseria se tornen “empresarios” también, disponiéndoles líneas de microcrédito y aulas de emprendedor para los más pobres. La idea es que con una panadería o un mercadito, algunos pocos prosperen en medio a la degradación reinante en las periferias de las grandes ciudades, y que muchos otros tengan en el horizonte el sueño de que un día también alcancen aquello que, dentro del capitalismo, en el límite solo puede ser considerado auto-explotación.
Por ese motivo es suficiente un derrape en los mercados financieros del otro lado del mundo, para que la panadería y el mercadito subcapitalizados se aplasten bajo una simple amenaza de inflación o recesión.
La conversa del “capitalismo popular” hace recordar una fábula del escritor alemán ochocientista Gottfried August Bürguer, llamada “De cómo el Barón de Münnchhausen se salva a si mismo y a su caballo tirando por la trenza del cabello para afuera del lamedal”.
Dice la fábula:
“Una vez quise saltar por sobre el lamedal, que al principio no me pareció muy ancho. En el medio del salto, sin embargo, me di cuenta de su verdadero tamaño. Suspendido en el aire, me viré, y volví de donde saliera, para tomar un impulso mayor. En el nuevo salto caí en la lama, ahondándome hasta el cuello, no muy distante de la margen opuesta. Yo estaría totalmente perdido en aquella situación, si no tuviese la fuerza de mi propio brazo agarrándome por mi trenza y tirándome junto a mi caballo –que lo abracé con fuerza entremis rodillas– para afuera de allí”.
Como el mentiroso Barón, los mensajeros de la salvación capitalista de los pueblos oprimidos por la fuerza del propio capital pregonan algo imposible de ser realizado. Como Münchhausens presos en su propia subordinación de gerentes mandados, y ahondando hasta el cuello en el pantano de la crisis del sistema financiero global, tratan de engañar al pueblo, anunciando que pueden dirigir los intereses de los monopolios a favor de las masas.
En suma ellos garantizan que son capaces de transformar explotación en libertad, opresión en emancipación, todo sin la necesidad de organización de las clases populares y de la profundización del proceso revolucionario. Todo sin precisar derrumbar las instituciones capitalistas, o derrotar definitivamente las clases dominantes.
No. Por detrás de las bravatas sin fin y de las tentativas de despolitización de las masas, lo que el grupo de Lula y de Rafael Correa vende es la ilusión de los milagros, de las artes de magia, que podrían ser hechos por la vía fraudulenta de la colaboración de clases.
Traducciones: enriquerjba@gmail.com