7 de octubre de 2023

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LA GUERRA DE LA COPA DEL MUNDO

Por: Pepe Escobar (*)

25 de junio de 2010

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

La legendaria divinidad del fútbol Diego Maradona ha prometido que si Argentina, el equipo que dirige, gana la Copa del Mundial de Sudáfrica que comienza el viernes, recorrerá desnudo el Obelisco en el centro de Buenos Aires. Semejante striptease especial seguramente divertiría a una “comunidad internacional” exhausta que encara las mismas antiguas sanciones contra Irán, los drones en AfPak, las invenciones de Israel, los enfrentamientos en Corea, los colapsos en Europa, el crecimiento de China y el vertido de BP.

Ante todo, dejemos algo en claro. No hablamos de soccer [nombre dado al fútbol en EE.UU.] Es fútbol, como los británicos lo inventaron (aunque los chinos –¿quién iba a ser?– ya pateaban una pelota hace 5.000 años). Y el fútbol, no el soccer, es el máximo narcótico de la gente frenéticamente consumido en todo el mundo. El formidable historiador británico Eric Hobsbawm ha señalado cómo el fútbol muestra el conflicto esencial de la globalización: la relación muy compleja entre el sobre-comercialismo y el profundo apego emocional en lo que se refiere a cada uno de los fanáticos del deporte.

El conflicto existe incluso cuando fanáticos que miran los partidos en el terreno son tratados ahora como simples extras en lo que ahora se ha convertido cada Copa del Mundo: un megaespecial de televisión de un mes de duración con estrellas que son el equivalente futbolístico de megaestrellas de Hollywood. El fútbol es la mayor industria del entretenimiento global –y también un imán para el lavado de dinero-.

¿Cuánto vale el futbolista del mundo del año, Lionel Messi de Argentina? ¿150 millones de dólares, 200 millones, 300 millones? Otros jugadores también son conocidos en todo el mundo: Cristiano Ronaldo de Portugal, Didier Drogba de Costa de Marfil, Wayne Rooney de Inglaterra, (y luego tenemos a los muy lamentados ausentes como Ronaldinho de Brasil –no seleccionado– y el lesionado capitán alemán Michael Ballack).

En todo el creciente mundo en desarrollo, y en toda Europa, el fútbol es el deporte más globalizado porque en el subconsciente colectivo rompió de alguna manera el patrón forjado en EE.UU. –Hollywood, música pop, novelas en la televisión– todo lo que tiene que ver con la cultura de masas. El poder estadounidense no puede satisfacer por sí solo el deseo global de fantasías rituales masivas –jugar por jugar, jugar como una metáfora para la vida misma, jugar como guerra-. En el fútbol, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –con poder de veto– son realmente Brasil, Italia, Argentina, Alemania y un activo grupo que compite por el quinto lugar, desde Inglaterra y Holanda a España y la Costa de Marfil.

El fútbol permite compasivamente que se reconstruya una noción juguetona de identidad nacional: guerra por otros medios (juguetones). Escuchad el sonido de un millón de vuvuzelas –los instrumentos sudafricanos parecidos a una larga trompeta que serán un fondo extremadamente audible de los partidos); juegos de guerra es lo que ahora habrá en Sudáfrica-. Pero de un cierto modo sigue existiendo un sentimiento fastidioso, como si a fin de cuentas hubiera sido siempre el mismo maldito vencedor.

Vosotros jugáis, nosotros cobramos

El destacado escritor uruguayo –y fanático del fútbol– Eduardo Galeano, dijo una vez: “La FIFA es el FMI del fútbol”. De manera muy parecida al Fondo Monetario Internacional, la Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol es obscenamente rica, extremadamente poderosa y está dirigida como un club hiperexclusivo.

La FIFA se fundó en 1904. Sólo 310 personas trabajan en la sede en Zúrich. Y sólo unos 1.000 trabajan en los asombrosos 208 países miembros (“sólo” 192 naciones son miembros de la ONU, que emplea a más de 40.000). Los 24 miembros del consejo de la FIFA –a los que paga unos 50.000 dólares al mes– pasan su precioso tiempo viajando por el mundo y haciendo tratos con Estados-naciones y corporaciones. De un modo muy similar al FMI, la rotación de personal es mínima. La mayoría de los empleados de la FIFA han ocupado sus puestos durante más de 15 años.

La FIFA es responsable de la comercialización de cada producto vinculado al fútbol profesional, el patrocinio y los derechos de la televisión. Está en el epicentro de un mercado de 250.000 millones de dólares. En 2009, la FIFA ganó 1.000 millones de dólares. Sólo con la Copa del Mundo en Sudáfrica, la FIFA recibió 3.800 millones de dólares.

Como ícono del capitalismo salvaje, la FIFA nunca pierde dinero. Está totalmente asegurada. Para esta Copa del Mundo y la próxima en 2014 en Brasil, eso asciende a 650 millones de dólares. En cuanto a los gobiernos nacionales, esos tratos no son tan ventajosos. El Gobierno sudafricano planificó el gasto de 450 millones de dólares para esta Copa del Mundo. Los costes crecieron a no menos de 6.000 millones; y siguen aumentando. Esto incluye la construcción de nueve estadios nuevos y la reconstrucción de otros cinco. Se espera que el de Durban se convierta en un hito al estilo del museo Guggenheim de Bilbao.

Sin embargo, el muy elogiado tren de alta velocidad de Pretoria a Johannesburgo está retrasado. Sólo se ha abierto un tramo entre el aeropuerto de Johannesburgo y el lujoso vecindario Sandton, la milla cuadrada más acaudalada (sobre todo blanca) en África, donde residirán los cerca de 200 delegados de la FIFA, y su presidente el superburócrata Sepp Blatter, dormirá en las falsas Torres Michelangelo protegido por cinco guardaespaldas, con acceso a un baño en suite al estilo Disney, así como a un mini bar personalizado con el mejor chardonnay sudafricano y con cubos de hielo hechos con agua de Evian.

Cualquier país que desee organizar una Copa del Mundo debe someterse virtualmente a la autoridad de la FIFA, lo que incluye cambios en la legislación nacional. Hace cuatro años, el Parlamento de Sudáfrica atribuyó a la Copa del Mundo el estatus de “evento protegido” regido por una legislación específica. El país organizador debe ceder a la FIFA los derechos para todo, desde la publicidad y el mercadeo hasta el control del perímetro que rodea los estadios (La FIFA es de hecho un Estado soberano en todos los estadios en Sudáfrica). De un modo muy similar al FMI, la FIFA no es un organismo humanitario. Para las corporaciones asociadas, la tarea de la FIFA es abrir mercados, África en el caso actual. A continuación describo un ejemplo de cómo trabaja realmente la FIFA.

Un estadio en Athlone, un suburbio pobre de Ciudad del Cabo de mayoría “de color”, habría podido asegurar numerosos puestos de trabajo en el área y ser el catalizador de un proceso de pavimentación de calles, construcción de nuevas casas y la mejora del transporte público. En su lugar, la FIFA prefirió el estadio Green Point construido entre el mar y la tarjeta postal favorita de Ciudad del Cabo, Table Mountain, a cinco minutos de un centro comercial de lujo y cerca de un campo de golf –y financiado con fondos públicos-.

Un inspector de la FIFA dijo al periódico sudafricano Mail and Guardian que miles de millones de espectadores no desearían ver “chabolas y pobreza” en la televisión. Como si la Copa del Mundo no se estuviera celebrando en un país con casi 40% de desempleo, en el cual la mitad de la población vive con menos de un dólar al día. El semanario alemán Der Spiegel por lo menos puso una parte en perspectiva, con la publicación de un informe especial en el que compara la sed de Europa por jóvenes futbolistas africanos con una nueva trata de esclavos.

Numerosos estudios académicos coinciden en que es más razonable que un país anfitrión de la Copa del Mundo construya lo que necesita en infraestructura que gastar una fortuna en un evento que en última instancia sólo beneficia a los organizadores y a los patrocinadores corporativos. Los productos autorizados disponibles en el país durante el Mundial son todos importados de China. Cuando la Copa del Mundo haya terminado el 11 de julio, no menos de 150.000 trabajadores en Sudáfrica perderán sus puestos de trabajo.

La identidad de dios

Sin embargo, la mayor parte del mundo no es consciente de todas las distorsiones; el deslumbrante atractivo del fútbol como farándula es demasiado seductor. Además, una Copa del Mundo todavía tiene que ver sobre todo con capas y más capas de intriga bizantina que alimenta la “guerra”; guerra con todos sus comandantes y soldados condecorados, desde el “Rooney asiático” Jong Tae-se, uno de los pocos norcoreanos que hizo sonreír verdaderamente al Querido Líder Kim Jong-il, hasta la ex pareja de Paris Hilton y portada de Vanity Fair Cristiano Ronaldo (“No juego solo y no hago milagros”).

(*). Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge.Acaba de publicar su nuevo libro Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en:pepeasia@yahoo.com

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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Global_Economy/LF12Dj02.html