7 de octubre de 2023

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POR UNA REVOLUCIÓN SOCIALISTA EN IRÁN Y NO UNA DE “COLORES”

Por: Peter Symonds.

24 de junio de 2009

[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] La campaña ha sido una operación fomentada por EEUU y organizada por elementos disidentes de la clase dirigente.

Las protestas en Teherán durante el fin de semana pasado han puesto de manifiesto la limitada base social de los opositores políticos a la facción dominante del régimen clerical iraní. El movimiento de oposición no sólo no ha sido incapaz de incorporar a amplios sectores de la clase trabajadora sino que se ha debilitado en los últimos días.

Desde el principio, la campaña, basada en distintos colores, para remplazar al presidente en funciones Mahmud Ahmanidejad por Mir Hossein Musaví, ha sido una operación política fomentada y apoyada por EE.UU., y organizada por elementos disidentes de la clase dirigente- en particular, el ex presidente y multimillonario hombre de negocios, Ali Akbar Hashemi Rafsanjani- para sus propios intereses.

Entre sus objetivos no hay progresismo alguno. Habida cuenta de las diferencias existentes con sus antiguos socios, Musaví y sus partidarios pretenden un cambio político hacia la derecha, un rápido entendimiento con Estados Unidos y la drástica implantación de un programa de reformas del mercado. No han recurrido a la clase trabajadora, para la que un programa semejante sólo supondría la devastación económica, y se han apoyado en sectores de la burguesía y de las capas más privilegiadas y egoístas de la clase media urbana.

Al perder las elecciones, Musaví ha rechazado tajantemente nada que no sea la anulación de los resultados y una nueva convocatoria electoral. La oposición no ha presentado pruebas de que las elecciones hayan sido amañadas y trata de reforzar el apoyo internacional que le prestan los medios de comunicación y los gobiernos occidentales en lo que podría considerarse un golpe de palacio. Incluso puede que estén buscando el enfrentamiento con el aparato del Estado como palanca para la lucha fratricida contra sus oponentes.

Es indudable que muchos estudiantes, jóvenes y otros sectores apoyan a Musaví con la ingenua esperanza de que llevará a cabo una reforma democrática, pero pasan por alto el hecho de que Musaví ha formado parte del régimen durante muchos años y que también tiene las manos manchadas de sangre. El siglo XX está repleto de ejemplos, y no sólo en Irán, de movimientos sometidos a uno u otro sector “progresista” de la clase capitalista, y traicionados después. La historia de Irán demuestra la incapacidad orgánica de cualquier sector de la burguesía para instaurar los derechos democráticos esenciales, y menos aún para proveer a la clase trabajadora de un nivel de vida aceptable.

El auge del movimiento islamista en Irán fue consecuencia directa de la traición del partido estalinista Tudeh, al oponerse a la movilización independiente de los trabajadores contra el Shah y canalizar, en su lugar, la oposición del proletariado en apoyo de los sectores disidentes de la burguesía iraní. Al hacerlo, el partido Tudeh perdió influencia en el creciente movimiento contra el Shah que se decantó a favor del ayatolá Jomeini y sus partidarios, y facilitó el camino de su propia destrucción. Las convulsiones políticas que condujeron a la expulsión del Shah en 1979, barrieron a los cabecillas estalinistas y el nuevo régimen de los clérigos reprimió rápidamente al partido Tudeh y demás movimientos de izquierdas. Musaví, primer ministro durante gran parte de los años 1980, fue directamente responsable del asesinato de miles de izquierdistas y del encarcelamiento de muchos más.

Hay que extraer las lecciones políticas: el establecimiento de unos derechos democráticos auténticos es imposible al margen de la lucha por un socialismo que se enfrente a todos los sectores de la burguesía, y la clase trabajadora es la única fuerza social capaz de liderar una lucha revolucionaria semejante para la transformación de la sociedad en su totalidad, que cubra las necesidades de la inmensa mayoría en lugar de dedicarse a beneficiar a una minoría de gentes ricas. Cualquier tentativa de esquivar la difícil tarea de construir un liderazgo revolucionario imprescindible en la clase trabajadora, conduce al peligroso aventurismo y al desastre político.

Merece la pena recordar que hace veinte años se produjo el colapso de los regímenes estalinistas de Europa oriental y de la Unión Soviética. Ante la falta de una alternativa socialista, enraizada en las lecciones de la lucha del movimiento trotskista internacional contra el estalinismo, los elementos más codiciosos de las elites burocráticas, apoyados por EE.UU. y las potencias occidentales, se impusieron políticamente. Sus promesas sobre los derechos democráticos y las grandes perspectivas del mercado capitalista se esfumaron rápidamente cuando los nuevos y corruptos gobiernos burgueses intentaron integrar sus economías a toda velocidad en el capitalismo mundial, lo que ocasionó una regresión sin precedentes en el nivel de vida del ciudadano medio.

La disolución oficial de la Unión Soviética en 1991 dio lugar a una serie de “revoluciones coloreadas”, sin relación alguna con auténticos movimientos populares a favor de los derechos democráticos. La “revolución del Bulldozer” del año 2000, que derribó al líder serbio Slobodan Milosevic, fue la precursora de la “revolución rosa” de Georgia en 2003 y del ascenso al poder de Mikhail Saakashvili, de la “revolución naranja” en Ucrania en 2004 y de la “revolución del tulipán”, amarilla y rosa, de 2005 en Kirguizistán.

Las características de esas “revoluciones” fueron similares. Sectores disidentes y pro-occidentales de las elites dirigentes montaron una campaña muy bien preparada y financiada para derribar a sus rivales que se apoyaban en sectores frustrados de la clase media y de la juventud. Varias ONG, en algunos casos con conexiones directas con laboratorios de ideas y fundaciones estadounidenses, prepararon el terreno al establecer vínculos con organizaciones estudiantiles, sindicatos, medios de comunicación locales y otros grupos, y prepararon el plan de marketing. En todos los casos, los partidos de la oposición perdieron las elecciones, hecho que convirtieron en el pretexto para una frenética tentativa de llegar al poder, basada en unos supuestos resultados electorales amañados, y siempre con el apoyo de los media internacionales.

Las consecuencias han sido la instauración de gobiernos pro-estadounidenses en Europa oriental y la ex Unión Soviética, no más democráticos que sus predecesores. El principio conductor de esas “revoluciones” no ha sido las necesidades y aspiraciones de la clase trabajadora, sino los objetivos del imperialismo estadounidense para ampliar su control, en especial en las antiguas repúblicas soviéticas del Cáucaso y Asia Central, tan ricas en energía. El restablecimiento de su influencia dominante en Irán, que se encuentra situada en la intersección de esas regiones con Oriente Próximo, ha sido una ambición estadounidense desde hace mucho tiempo.

Los objetivos del gobierno Obama son tan devastadores como los de sus antecesores. De hecho, el principal factor para que sectores significativos de la clase dirigente estadounidense apoyaran la campaña electoral de Obama fue que las criminales y despiadadas guerras de Bush en Iraq y Afganistán habían generado un extendido sentimiento anti-estadounidense en todo el mundo, quebrantando el apoyo diplomático y político de Washington. A lo largo de los tres últimos años, han fracasado más revoluciones de color, por ejemplo en Azerbaiyán y Bielorrusia, que las que han tenido éxito. Se necesita una nueva imagen para enmascarar los objetivos reaccionarios.

Quienes afirman que la actual “revolución verde” en Irán es diferente, o bien se engañan a sí mismos o bien tienen otros motivos ocultos. La tarea política prioritaria es luchar por un movimiento político independiente que consiga un gobierno de los trabajadores y campesinos y un Irán socialista, integrado en los Estados Unidos socialistas de Oriente Próximo. Pero, para ello es precisa la creación de un partido revolucionario de trabajadores provisto de un programa socialista que tenga en cuenta todas las experiencias estratégicas del siglo XX.