7 de octubre de 2023

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OLIMPIADAS Y LIBERTADES

Por: Alexandro Saco.

8 de agosto de 2008

Se acercan las olimpiadas y a su vez la contradicción entre el deporte como agente liberador y las libertades sometidas en un país como China. A algunos nos da vueltas la pregunta de si seguir los juegos es hacerle el juego a la política el PC Chino. Quizá sea algo parecido a lo que sucedió con pocos argentinos cuando en 1978 consideraron que seguir el mundial era hacerle el juego a la dictadura, pero luego gritaron cada gol de Kempes. Ante lo vital que se expresa en los deportes y lo lacerante que son las dictaduras, mi opción es seguir las olimpiadas, pero ahondar más en la difusión de las arbitrariedades que el sistema político chino comete día a día.

Seguiré los juegos porque no tengo ninguna duda de que el deporte es un acto liberador y único. A diferencia del arte, acceder a su práctica es menos complicado; a semejanza del arte, la constancia en su práctica lleva a niveles de éxtasis y catarsis. El deporte es un reto a la voluntad; su competencia sea entre dos personas, dos grupos, individual o con la naturaleza, busca ganar, no destruir. A diferencia de la política/guerra que disfrazada la una en la otra finalmente buscan destruir al oponente, el deporte se recrea cada vez que la competencia termina como un nuevo reto en el que no hay trampa que valga más allá de las reglas determinadas.

Si el Estado chino pretende lavarse la cara con los súper estadios y toda la parafernalia que presentará al mundo, se equivoca. Al contrario, durante y luego de las olimpiadas lo que cabe es exigir que vayan aminorando las restricciones informativas, las muertes, los campos de prisioneros, el comercio de órganos de miembros de Falun Dafa, la cárcel perpetua por acceder a internet, las matanzas a campesinos rebeldes, las golpizas y condenas a periodistas, entre otras cosas que China hace frente al silencio oficial porque compra mucho y paga. China refleja una de las caras del totalitarismo del siglo XXI; si bien no es la primera dictadura que se vale del deporte para jalar agua a su molino, sus pretensiones de primera potencia, en un mundo que vive en tiempo real, son incompatibles con el pisoteo a la libertad individual.

Es una paradoja que el gobierno Chino sea el más interesado en exhibir al mundo la competencia, cuando es justamente la competencia en sentido amplio, lo que en China se castiga con la cárcel o con la muerte: la competencia política, informativa, de acceso justo a su mercado interno por sus propios habitantes. Huntington cuenta en Choque de Civilizaciones los entretelones de las frustradas postulaciones de China a sede de los juegos; describe cómo uno a uno los EEUU, incidiendo en las situaciones señaladas, pelearon los votos para impedir que Beijing reciba a los deportistas del mundo. Pero tras décadas el Estado Chino logró su aspiración y hoy la tiene a unos días.

Volviendo al deporte, dichosos aquellos que lo practican día a día, que han hecho de éste su dedicación. Los otros, la mayoría del mundo, debemos conformarnos con verlos en la TV o en los campos, inacabables y elásticos en cada competencia. Todo lo demás, la publicidad, los enromes ingresos, convertirse en figuras públicas, es accesorio para un deportista. Si bien la sociedad de consumo crea iconos de papel, un deportista nunca será recordado por la ropa interior que promociona sino por su empuje en el campo.

Pero como sólo unos cuantos millares competirán en la China represora, a los demás nos queda al menos ejercitar lo corporal, sea en una carrera, con una pelota, con los fierros, los saltos o lo que fuere. O recordar aquellos momentos en los que tocamos por un minuto la gloria que el deporte llega a producir.

La mía fue en junio de 1998, en paralelo al mundial de Francia, en un campeonato inter clubes/barrios que todos los sábados en la mañana se jugaba en la cancha de fútbol del Jockey Club. Era la primera fecha de ese año. Con nuestras camisetas azules y shorts negros, jugaba de marcador de punta derecho. A los siete minutos de juego me despunto luego de un pase desde el círculo central, evado a dos marcadores y desde fuera del área lanzo un tiro que se clava en el arco ante la volada del arquero. Cuando corrí, gritando el gol, alguno de mis compañeros azules jaló de mi camiseta y sentí dos vueltas en trompo antes de caer al verde húmedo, mientras casi todo el equipo se tiraba encima de nosotros: gloria de mañana nublada. El partido finalmente lo perdimos, pero esa es otra historia.

Ahora envidiaré las glorias de Beijing. Seguiré pensando que los países deben construir campos para todos los deportes como acto de política pública, que los colegios deben privilegiar el deporte y dejar de llamarle tontamente educación física. Sentiré que cada gota de sudor o sorbo de agua de una boca sedienta compitiendo es una conexión del humano con el universo. Pero también seguiré jugando a señalar al gobierno y al Estado chino como lo que son, arbitrarios, asesinos y represores de la libertad de los chinos y por ende de los humanos.