7 de octubre de 2023

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PERU: MAYNOR FREYRE Y SUS CUENTOS

Por: Juan Cristóbal.

21 de diciembre de 2006

Vivimos un mundo donde los mejores valores morales, sociales y culturales son arrasados. Donde la esperanza se esfuma como vuelo de paloma. En este marco, ¿qué nos queda, a nosotros, pequeños y simples mortales de las letras? Resistir. Resistir desde la angustia, desde la desesperación y los vacíos, desde la soledad y la miseria, desde las dudas y el oscurantismo más cruel de las traiciones. Y esta forma de resistencia son las nuevas e inéditas trincheras de una resistencia cultural para poder ayudar a construir el mundo de justicia que siempre anhelamos.

Y de pronto, en esta desazón espiritual, aparece la literatura -otra vez y como siempre- iluminándonos. No sólo el corazón y los ojos, los días y las penas, sino limpiándonos, con su ingenuidad y valentía, las pesadillas que vivimos.
Vuelve, pues, la literatura, como el Cid o el Quijote, a ganar nuevas y viejas batallas y a crecer como una flor inmensa y rutilante en medio de un mundo que trata de olvidarnos y hacernos desaparecer en el abismo. Aparecen así, en este contexto, los cuentos de Maynor Freyre (reunidos la mayor de ellos en “Puro Cuento” (1998) y “36 Estampas sin Bendecir” (2005), para llenarnos de gozo y alegría. Porque los cuentos de Maynor tienen esa virtud: poblarnos de nuevos anhelos, sin esquivar, ni hacernos olvidar la misma realidad que nos devora, sino al contrario, sus narraciones surgen desde ella misma, desde sus propios lodazales, para crear un mundo lleno de entusiasmo y sorna placentera. Son más de 35 años dedicados a este camino, que, como dice el escritor Augusto Higa, en uno de los prólogos, “tiene numerosas aristas, varios matices y complejidades propias de un creador no neutral, intenso en su variedad, encrespado en el tono oral, vivencial y raigalmente criollo”.

Recuerdo que en una entrevista televisiva con Marco Aurelio Denegri, Maynor aceptó que sus cuentos eran “Cuadros de vida”, como le decía el entrevistador. Y esto lo afirmaba porque decía: “los cuentos de Freyre son sinónimo de escritura lineal, descriptivos y testimoniales que no tienen en cuenta la complejidad narrativa”.

Discrepo con la aseveración de Marco Aurelio, porque creo que sí son cuentos, en primer lugar, y en segundo orden, son cuentos populares, no son “Cuadros de vida”. Y digo que son cuentos populares porque tienen todo lo que tiene un cuento literario de estirpe académica: tiempo comprimido, tensiones existenciales, temas y personajes significativos llenos de misterio aún en sus episodios cotidianos o domésticos, y también, por supuesto, finales inesperados. Y tienen, también, ese otro elemento importante que lo separa de los cuentos académicos: la esencia de lo popular, que no solamente lo es por la presentación de temas que preocupa a esos sectores sociales, sino que son, básicamente, por el rescate de un lenguaje y de una espiritualidad que ilumina al propio desarrollo narrativo, manteniéndolo fresco, lúdico y renovado. Todo lo cual puede encontrarse, no solamente en la literatura del siglo XIX, sino también en las primeras narraciones populares tanto de Oriente como de Occidente, donde no solamente se contaba un suceso y se entretenía, sino también se educaba, incluso a sus propios verdugos, lo que también hace Maynor, con una crudeza límite.

La matriz de los cuentos de este calvo bucanero, de antiguas y memorables noches celestiales, es su experiencia, sus recuerdos y una realidad determinada, especialmente los años 50-70. Pero los cuentos no están limitados por esa realidad, sino que los trasciende por el poder de su imaginación.

A estas alturas, uno podría hacerse una pregunta: ¿qué es, entonces, lo más resaltante del libro, el tema o los personajes? A mi modo de ver, y para que no queden murmuraciones, los personajes, tal vez porque son absolutamente populares y poseen un lenguaje distintivo, pues como dice el autor, “no habla igual un diplomático que una bataclana”. Personajes que van desde un sindicalista o loco (como los amigos del autor) hasta un coronel o burócrata, pero que Maynor los desnuda desde el ángulo de la visión popular, para hacérnoslo agradables o repulsivos.

Pero esta forma de presentación de los personajes no los hace ser testimoniales, como tantos de nuestra literatura del siglo 19, sino efectivas voces populares y literarias que dominan lo narrado a través de sus problemas y conflictos. No son, tampoco, la voz del autor, sino son ellos mismos, es decir, “la voz de los sin voz”. Por eso Tulio Mora afirma y lo recoge Rosina Valcárcel en “Diario de m-a-g-a”, “la oralidad es la esencia misma del tono que define a Freyre...Una oralidad que no procede de la tradición mitológica pre-escritural, sino de las intimidades rituales de cantina, de esquina de barrio, es decir de la tradición urbana contemporánea”. Personajes que son, por otro lado, modelos populares y no personajes-héroes, grandilocuentes y deslumbrantes, tan afín a la “literatura light” de los nuevos narradores, que, sin embargo, están vacíos de contenido, tanto humano como ideológicos, igualitos a sus padres.
Cuando Maynor acepta que sus cuentos son “Cuadros de vida”, uno podría entender que lo que se narra es un simple suceso testimonial, lineal y directo, sin complejidad ni precisiones estéticas. Esa es la apariencia.. Porque en los cuentos de Maynor yo distingo, aparte de la transformación estética de la materia real en ficción, una apropiación importante de técnicas literarias diversas, que sería largo de enumerar. Asimismo, hay un acercamiento y un distanciamiento a la vez en el material narrado. Todo lo cual lo separa de un simple “Cuadro de vida”.

Dos precisiones antes de acabar. La primera, la influencia del periodismo, qué duda cabe es importante en la escritura de los textos, que el autor ejerció por tanto tiempo y en espacios diferentes. Pero no sólo el periodismo, también el folletín, las revistas, las novelas y telenovelas rosas y el cine neorrealista italiano. La segunda precisión, en los cuentos hay una crítica frontal contra la moral burguesa, producto de su identificación con los oprimidos. Por esto mismo creo que tampoco podrían ser los cuentos un “Cuadro de vida”, pues no hay indiferencia, sino un compromiso expreso y descarnado. De allí que la literatura de Maynor se encuentre en las antípodas de Vargas Llosa o Ribeyro, de quien tanto tiene Maynor en otras zonas de sus cuentos, pero a diferencia de ellos, tan complacientes con sus personajes tanto en sus frustraciones como en su ambigua vitalidad, Maynor es crudo en sus críticas.

Si algo se le puede señalar a Maynor es que en sus cuentos no aparece el mundo de la mujer: ni sus reinvindicaciones o anhelos, como tampoco el mundo de su sexualidad. Lo que sí aflora es cierto machismo tenso, lleno de sorna e ironía.

Finalizando. La literatura de Maynor me hace recordar a la del argentino Manuel Puig, pues en ella aflora con brava contundencia la necesidad y la noción de libertad y la búsqueda permanente de la solidaridad humana con los sectores populares (tan complejos y conflictivos), pues son los que tienen (y así parece entenderlo el autor y la ratifica la historia) esa reserva inmensa de ternura y una inconmensurable sabiduría para enfrentar esta injusta y dura existencia, que todo sufrimos y deseamos superar. En lo posible.