7 de octubre de 2023

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POEMA DESLUCIDO POR EL TIEMPO.

Por: Eduardo Pérsico (*).

17 de diciembre de 2006

Pero no basta ser valiente para
aprender el arte del olvido
Jorge Luis Borges.

En el club Premier; una casa con zaguán, bar y cancha de basket al aire libre, los sábados del verano reaparecían las “Reuniones Danzantes con Selectas Grabaciones”, en competencia con las habituales confiterías del centro despobladas por el calor. Los hombres agrupados en el medio daban un espacio libre para el baile y las mujeres alrededor también charlaban entre ellas, fingiendo indiferencia hasta engancharse a otra mirada. A medianoche estaría acabado el juego: ahí se iba a bailar, a entibiarse en otro cuerpo creyendo enamorarse un rato y para otros posibles azares. Una noche, de un tumulto salió un muchacho delgado sosteniendo un diente y un hilito de sangre sobre el labio; incidente esperable y como el asunto seguiría en la calle, la música sonó unos segundos más fuerte y nada más. Terminado el baile, desde el zaguán alguien gritó ‘busco a uno de corbata verde’ y el requerido empezó a quitarse el saco. En el empedrado de la calle Campichuelo lo aguardaba un morocho musculoso pecho al aire y zapatillas de goma, y se arremetieron sin protocolo. La pelea duró apenas el tiempo de resonar la justeza de tres golpes seguidos y ahí culminó su diversión el grandote tumbado en la vereda, en tanto el comedido defensor se iba con quien perdiera el diente.

Fotograma válido para ilustrar cierta épica borgeana del coraje, pero esta vez el relator elige la escena de irse caminando con una chiquilina recordable por siempre y aquello imbatible para el olvido. El límpido cielo deshecho en constelaciones, la piel dorada de la muchacha y el prometerse sin decir cuánto se amarían más tarde. Cuando al irse abrazados en el parque acaso deliberadamente oscuro; y protegiendo la noche ya lejano se oía algún íntimo tango. Esa música corpórea, sí, que se adueña además de nuestro cuerpo, ese mismo y tan solo que forcejea contra un reloj de implacable desgarro. Acaso las luces temblaran levemente en el instante exacto de juntarse y sobre ellos, gobernando la noche y su penumbra, aquella música visceral que jamás perdona y siempre nos alcanza, perpetuando en la sangre la magia del momento irrepetible. J.D.

- Jorge, escribiste algo genial pero ni me nombraste - al día siguiente el relator oyó una voz de mujer.

- ¿Quién habla?

- Claudia. Dijiste que nos fuimos caminando pero olvidaste que casi pierdo mi blusa en el Parque Rivadavia. ¿No te acordás?

- ¿Claudia?. ¿Cómo me llamaste? Jamás supe de tu vida.

- Yo soy más agradecida y sé mucho de tu existencia, te aseguro.

- Pasaron muchas cosas. Clau, hermosa, ¡qué ocurrencia!

- No me repitas Clau hermosa que me harías llorar... Al leer imaginaba tu voz y me emocioné. Sabía que habías vuelto de Europa.

- Hace rato, sí. ¿Cómo conseguiste mi teléfono, tanto tiempo?

- Lo averigüé en el diario, fue fácil. Hubo cosas que supe de vos y un día te explico.

- Sí, tomemos un café un tarde de estas y me contás. .

- Por ejemplo, cómo encontré un libro donde había un poema alucinante, hecho para mí. Salvo que lo escribieras para otra. Y ya te dije, si algo tuyo leo escucho tu voz. ¡Qué tonta!

- Sí, eso suele ocurrir... Ese libro lo editaron en España y si compraste un ejemplar te felicito.

- Para mí es una reliquia. Jorge, pasaron tantos años de conocernos y tanto me acuerdo. Esa noche yo te invité al Premier porque mi tía Olga vivía cerca, en febrero, yo cumpliría dieciocho en marzo y vos veintitres en octubre. ¿Más datos?

- No, es suficiente; ¿éramos tan chicos? Seguirás tan linda, seguro.

- Vos tenías una mujer española muy bonita. ¿Siempre casado?

- No. Viví por ahí unos doce años y hoy sobrevivo como puedo. ¿Sabías eso?

- Jorgito, no te agrandes pero con vos viví algo inolvidable. La otra vez te vi en un programa de televisión; las canas y los anteojos te quedan regio; y al ver hoy lo del diario me animé a llamarte.

- Sí, había escrito algo sobre la guerra en Medio Oriente y me invitaron a la televisión. ¿Estás casada?

- Sí, muy casada, dos hijos. Hermosos. La mayor estudia diplomacia y vive en Nueva York; el menor de veinte juega al rugby y quiere ser político, igual al padre... Ahora te hablo del teléfono de una amiga.

- Me imagino. ¡Qué lindo, Clau! Ni me acuerdo cómo nos separamos.

- Por supuesto, es mejor cortar la parte agria. Nos separamos como algo natural, sin discutir, yo dejé la facultad, vos te fuiste a Rosario...

- Ah, sí, al Litoral de Rosario.

- ... y un día entendí que a Jorge, el divino ese que pretendía cambiar el mundo, no lo vería más. Después sucedieron muchas cosas tristes, un día te cuento, hasta que una vez conseguí tu libro. “Llegabas al decaer la tarde entre fusilaciones de faroles y sombra, y tu piel era un cobre temperado de enero”; lo digo en voz alta porque ese renglón es solamente mío.

- ¿Lo descubriste? - preguntó Jorge, pensando que si una palabra pierde su misterio deja de ser, pero si Claudia seguía con el poema era mejor apartar a la literatura. .

- ...“el amor entre verdes paredes de soledad apurada y un cigarrillo lento iluminando a tu vestido blanco allí, sobre una silla”. Jorgito, ahí apenas falta la dirección del viejo Silvio. ¿Se habrá muerto, no?

- ¡El viejo Silvio! Nos dejaba el bulín y se iba dos horas al bar pidiendo que no le rompiéramos la cama.

- No me hagas reír. Era un tipo muy divertido y nos cobraba casi nada. Fue el primer hombre grande al que escuché opinar a favor del aborto.

- Sí, era de avanzada. ¿Te acordás?

- Por supuesto, Jorgito, de eso no me olvidaré nunca...¿Y cuando le perdimos la llave?

- Es cierto, la llave; ni me acordaba. Claudia, guardo mucho borroneado, arraigos, paisajes, los rostros de la gente. Uno pertenece a un sitio y aunque se disfrace de universal, la tristeza nos devora el alma. Somos de un lugar, un origen... Bueno, ¿y qué pasó en tu simpática vida, Clau?

- ¡Qué bajón, Jorgito! ¿Mi vida? Bueno, creo que es común pero siempre supe de vos, eso sí.

- Clau, ¿sos la novia de James Bond?

- No seas antiguo, ese ya fue. Pero yo conocí algunos episodios; vos te fuiste en el ’75 y aunque hoy es difícil explicar cuánto pasó, lo entenderías.

- Me fui un día de golpe y sin preparativos, vida o muerte ¿Te enteraste?

- Tres días antes ni vos mismo pensabas irte. En agosto del ‘75 te llevaron en una avioneta desde Don Torcuato al Uruguay y ahí te perdí el rastro. Al tiempo conseguí tu libro y volviste a mi lado.

- Hablemos en serio Claudia, ¿quién te informó de todo eso?

- Te lo cuento y no te enojes; una mañana te habló una mujer en la calle Florida. Al principio vos pensaste ‘me levanté una mina’ pero ella te nombró en una lista de gente buscada y casi te morís del susto. ¿Sí?

- De eso no me olvidaré en mi puta vida. ¿Vos la conocías?

- Sí pero no interesa. Te mostró fotos entrando a tu casa, charlando en un bar con alguien muy comprometido y ahí le creíste. ¿Fue así?

- La madre que me parió. ¿Y vos qué tocabas en esa murga?

- Yo nada, pero tu nombre en esa lista tan fea lo escuché en mi casa.

- ¿En tu casa? Estoy veterano para el suspenso, Clau. Seguí.

- Tranquilo Jorge; al fin todo eso está olvidado.

- Se olvidaron los demás, yo no. Claudia, escucharte es magnífico aunque el enigma me hincha las bolas. Yo debí escapar de los criminales de siempre que ahora mismo siguen oyendo mi teléfono. ¿Lo sabés?

- No seas tonto y hablemos sin problema. Una noche en mi casa te nombraron a vos y al diario donde trabajabas. Me preocupé y al rato recurrí a esa mujer que conociste; ella pesaba mucho entre esa gente que dijiste. Así que se encargó en persona y bien pronto estabas en el Uruguay, al verme me felicitó porque eras muy simpático y secreto de mujeres, hasta bromeamos que sacarte de Buenos Aires era una pena. ¿Me escuchás?

- Sí Clau, y me duele el estómago.

- Jorgito, no seas amargo, esa historia ya pasó.

- Las bolas pasó. ¿ Vos vivías con uno de esos tipos, nena?

- No seas malo, Jorge. Mi marido es una buena persona. Lo conocí ni bien me separé de vos y cuando nos encontremos te cuento más.

....
La vieja amargura aborda también los renglones más queridos: “yo te amaba y me amabas entre verdes paredes de soledad apurada. Todo era azul, rebelde, milagrero, el grito era inmediato y veinte años. Mi amor, cuánto te amaba”.

....

Hola Jorge, hablame... ¡Qué pendejo! Me cortó.

(*). Eduardo Pérsico narrador y ensayista, escribió cuentos, novelas, algún poemario y la tesis “Lunfardo en el Tango y la Poesía Popular”.Nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.