7 de octubre de 2023

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ECUADOR: CORREA Y EL FIN DE SU DISCURSO “DEMOCRATICO”

Po: Franklin Falconí (PERIODICO OPCION)

25 de marzo de 2014

La amargura y el orgullo son gemelos; el mal humor y la irritabilidad son sus acompañantes.

El 23 de febrero, fecha a la que muchos se refieren con el simbólico apelativo de “23F”, no solo significó la más contundente derrota política para el Presidente de la República y su movimiento, Alianza País, sino que se convirtió en el arranque de una nueva carrera por mantener el control del gobierno, en el caso de Rafael Correa; y de conquistarlo, en el caso de las otras fuerzas políticas que actúan en el escenario.

La anunciada reforma a la Constitución para permitir una posible reelección de Correa fue una especie de banderolazo de arranque de la campaña presidencial del 2017. Después de todo, ¿qué sería de la denominada “revolución ciudadana” si no se mantuviera vigente la competencia electoral? Por ello, el Presidente busca reformar la Constitución para su reelección, usando su mayoría parlamentaria, dejando de lado la posibilidad y necesidad de que sea a través de una consulta popular, que pueda definir tan importante asunto.

Para el primer mandatario, la lectura es la siguiente: los resultados del 23F evidenciaron la debilidad orgánica que tiene su organización, a la que -a pesar de mostrarla como la vencedora del último proceso electoral, por el número de alcaldías y cargos de representación popular alcanzadas más que por la relevancia política que éstas tienen en la disputa por el poder del Estado- no está en capacidad de ganar las elecciones presidenciales por sí sola, sin la omnipresencia de él. Y hace notar que su obligación, como “revolucionario”, es evitar que el proceso sea derrotado, por lo que se muestra dispuesto, una vez más, a sacrificarse por el bien del país.

Impresionante capacidad retórica la que despliega el primer mandatario en cada alocución. El supuesto que crea con sus argumentos es que él y su movimiento político son de izquierda, que son socialistas modernos, y esa condición la sustenta, al menos en las formas de presentar el discurso, siendo autocrítico: “Alianza País no es el fin, nosotros no somos el fin, solo somos el instrumento para lograr la Patria Nueva”, dice. Y desde ese supuesto define al partido de su ministro, Ramiro González, como socialdemócrata, es decir, inferior no solo electoralmente, sino también ideológicamente. Aunque al mismo tiempo tiende puentes con él, al decir que es más coherente que la socialdemocracia esté aliada con la izquierda que es Alianza País, que con la derecha, como lo hizo la antigua Izquierda Democrática aliándose con Creo, de Guillermo Lasso.

En el discurso, Correa se eleva por sobre la capacidad intelectual, por sobre la condición humana de sus propios coidearios, de la prensa y del país en general. Pretende mostrarse con la grandeza del líder supremo al criticar a su movimiento (al que lo separa de su condición individual para no mancharse de esos errores) de sectarismo. “¿Por qué no trabajar con alcaldes o prefectos que han hecho un buen trabajo?”, se pregunta, aduciendo a la aparente ceguera política de la dirección de Alianza País por no establecer alianzas con otras fuerzas, como Avanza, y de no acercar a País a aquellos caudillos locales que en muchos casos estuvieron ya en Alianza País, como han estado en otras organizaciones de “la partidocracia”, como el Partido Roldosista Ecuatoriano o el Social Cristiano. Y es tal su condición “revolucionaria” que observa que su movimiento en algunas localidades es la partidocracia que él siempre combatió; “eso jamás lo vamos a permitir”, sentencia.

Para el ego de Rafael Correa es inadmisible irse perdido las elecciones seccionales. Debe ganarlo todo, no su partido, él. Y para lograrlo no tiene problemas en trastocar todo si es necesario: no solo la Constitución y su propia palabra de que no se presentaría por tercera ocasión como candidato, sino también la organización piramidal creada a su imagen y semejanza. Se dio cuenta que tener a Vinicio Alvarado alejado de la generación de la estrategia político- comunicacional ha sido mortal, por ello lo retornará del Ministerio de Turismo a la Secretaría de la Administración Pública. “Hemos cometido el error de creer que solo con vestir la camiseta verde y llenar de banderas y de la imagen del Presidente es suficiente para obtener el voto”, dijo, y en ello se evidencia un agotamiento de la marca que Alvarado logró crear en su momento alrededor del movimiento PAÍS, y del mismo Correa. La idea es rectificar ese error, por más que Alvarado se sienta cómodo en un sector al que está relacionado a nivel empresarial.

Y Quito es el laboratorio en el que los “técnicos” del gobierno analizan el agotamiento del discurso. La capital fue abarrotada de banderas verdes, tanto que llegó a causar cierta indigestión cromática en los votantes, molestia por la imagen despilfarradora de recursos que esa acción proyectaba. Eso está en carpeta para ser corregido, así como la debilidad en la guerra electoral vía redes sociales que el mismo Presidente informa que se cometió en la capital. “Solo se invirtieron 4.000 dólares en manejo de redes sociales en la campaña”, dice sorprendido e indignado, es que sabe el peso que éstas tuvieron sobre todo en la afirmación del “antibarrerismo”, y por la presencia en las redes de personajes de mucho peso como Carlos Michelena y Bonil, que manejan una de las armas que más daño pueden hacerle a Correa y su régimen autoritario: el humor.

“¿Usted cree que esto es chistoso?” repite desencajado Correa, mostrando la caricatura de Bonil, evidenciando que fue derrotado en esa batalla contra el humor y la ironía.

Para adelante, el escenario discursivo tendrá indudables variaciones, tanto por lo que sea capaz de mostrar Alvarado, en su retorno expectante, como por lo que la derecha pueda mostrar para articular su proceso de oposición, ahora oxigenado con algunos resultados electorales en provincias.

Desde las izquierdas auténticas, las no oficialistas, las no sometidas ni acomodaticias, el reto es aparecer con un discurso vigoroso, radical y profundamente democrático, un discurso renovado, que muestre en su real dimensión la sociedad de los trabajadores y los pueblos que es necesario y posible construir en el Ecuador. Es un reto interesante, puesto que las elecciones del 23F las reposicionaron: Pachakutik y el MPD se ratifican como el eje necesario para el proceso unitario, y los temas de defensa de soberanía, de la naturaleza y de la vida fueron respaldados con el voto popular.