7 de octubre de 2023

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LOS ESPAÑOLES Y LAS VUELTAS DE LA VIDA

LA ARENA

3 de enero de 2011

Sin verse obligado a un excesivo ejercicio de memoria el lector recordará cómo vivían los españoles hasta hace no más de cuatro o cinco años: economía en franco avance, consumismo desenfrenado, una sociedad devota del "destape" (palabra que crearon los mismos españoles en los inicios de su actual democracia) y, quizás en parte a consecuencia de lo anterior, incipiente racismo y xenofobia en distintos estratos sociales.

Debe decirse que esos sentimientos eran especialmente manifiestos en las grandes ciudades y que no se daban -o se daban en forma muy atenuada- en la vieja España, la del trabajo y la cultura profunda, menos seducida por las luces de la posmodernidad y la globalización. Sin embargo las actitudes resultantes eran la expresión de la política oficial al respecto.

Lo peor, lo más triste de aquella situación, era que las consecuencias de esas reprobables actitudes se descargaban sobre los hambreados africanos y, también, sobre los sudamericanos expulsados por las crisis de sus países quienes eran -y aún lo son- considerados como personas de menor categoría, a quienes se debía mirar con desconfianza y tratar del mismo modo. Los españoles se sentían ligados a la Europa del Mercado Común y muy lejos de aquéllos que, entre historia discutible, realidad y poesía, reconocían a la Península como "Madre Patria".

Esos alardes de nuevos ricos ofrecieron repetidos y dolorosos episodios y más de una vez fueron argentinos quienes debieron probar el amargo gusto del rechazo y el desprecio injustificados. Ante esos gestos era obligado recordar la generosidad con que nuestro país había recibido a sus bisabuelos y abuelos o el lazo profundo del idioma que tanto se había enriquecido desde este lado del mar. Pero esas cosas no les importaban.

Pero en menos de dos años -y usando una expresión netamente española- se dio vuelta la tortilla. La crisis financiera del capitalismo, con el estallido de la burbuja inmobiliaria norteamericana y la caída de los grandes bancos (a cuyo salvataje acudieron dócilmente los gobiernos occidentales), dio por el suelo con aquellos aires de prosperidad, no solamente en España sino también en países casi impensables como Inglaterra, Francia, Italia, por no hablar de otros mucho más débiles como Grecia, Portugal o Irlanda. La misma Alemania se vio afectada y debió aceptar el feo remedio del "ajuste", que recae sobre los que menos tienen. La opinión política del continente giró a la derecha y la xenofobia ganó adeptos, en tanto que gobiernos que se decían "socialistas" (o que habían llegado al poder bajo esa bandera) se desenmascaraban sin siquiera sonrojarse.

Son los hechos y las cifras las que hablan; de su condición de décimo país industrial del mundo España fue desplazada por Brasil; la construcción -uno de sus motores económicos- está poco menos que paralizada; sus estructuras sociales de protección por desempleo y jubilación se hacen trizas y, lo más llamativo -y también irónico-, pasó a convertirse en un país expulsor de población, al igual que un siglo atrás, con la diferencia de que la actual emigración es muy calificada. En los últimos dos años unos 110 mil españoles partieron para buscar en otros lugares la vida digna que su país les niega; un tercio de esa cantidad vino a la Argentina para estudiar o trabajar, y son cifras del departamento de migraciones español. El promedio, con relación a nuestro país, es de 1.200 personas por mes.

El viejo refrán que menciona "las vueltas que da la vida", evidentemente, es también aplicable a las sociedades, especialmente cuando se sustentan en ideas políticas endebles. Si la dura realidad actual es el remedio para la crisis -lo que todavía está por verse- acaso sirva también de lección a quienes una bonanza temporal les hizo olvidar las ideas de solidaridad y patria grande que, mal que bien, se había construido a lo largo de dos siglos.