7 de octubre de 2023

INICIO > OTRAS SECCIONES > Especiales

CONDE FALSO Y MISTERIOS NAZIS

Por: Addhemar Sierralta.

17 de diciembre de 2009

(Crónica). TIEMPO NUEVO

Muchas décadas después de los sucesos, Addhemar H.M. Sierralta, cuenta algunos de los detalles de los hechos y de aquellos personajes –muchos de los que conoció- y que fueron protagonistas de la noticia aún en el misterio.

La hacienda La Encalada estaba distante de la ciudad en los años sesenta. Maldita la hora que me enviaron a averiguar qué información podía obtener en el lugar que vivía hasta hace poco, Ingrid de Oliveira. Era una noche de mierda, oscura como ninguna otra y el lugar estaba más lejos que el culo del mundo. La tal Ingrid estaba acusada de asesinato y tendría veintitantos años mientras su marido era un cuarentón con cara de papanatas. Ella, de soltera apellidaba Schwend, y era de origen germánico. Estaba rica la alemana.

Esa noche sólo encontré en la hacienda a un chino viejo, que era el guardián. Me dijo que no había nadie y que no sabía nada. “El señor está en Lima”, y me cerró la puerta dejándome con un palmo de narices.

Al día siguiente me dediqué a buscar los antecedentes del Conde de Sartorius, quien era la víctima. Terminé en la Biblioteca Nacional haciendo indagaciones en libros de heráldica, tanto en los antiguos como en los más recientes. El resultado obtenido, este joven español, casado con una de las bellas emparentadas con el clan Miró Quesada -una de las familias más empingorotadas del país- no tenía nada de conde. Más bien las referencias coincidían en su fama de vividor, aprovechando su buena pinta.

El crimen había ocurrido de noche en una zona descampada de entonces. En una pista auxiliar, frente a los laboratorios Roché, en lo que hoy es la prolongación de la avenida Javier Prado, entre los distritos de San Isidro y Monterrico. El falso Conde Sartorius fue encontrado acribillado con cinco tiros cerca de su auto, un pequeño Mini Minor. Sus luces aún estaban encendidas y la sangre salpicaba por su rostro cuando llegó la policía.

De no ser por la propia Ingrid, quien se presentó en la comisaría de la zona para decir que había matado un hombre en defensa propia, el que intentó violarla, es posible que hasta hoy hubiera quedado silenciado este suceso, para no hacer escándalo que perjudicara a la tan conocida familia Miró Quesada.

Ingrid, un bella alemana de 26 años contrajo matrimonio con Oliveira, hacía algunos años, un abogado peruano en ese entonces cuarentón, con dinero y características de personalidad muy peculiares, las que después se conocerían en el juicio. Hasta lo acusaron de ser pervertido sexual e impotente. La chica había pasado, desde su niñez, terribles acontecimientos que iban desde ataques sexuales y violación hasta las secuelas de una fuga de su patria en la post guerra, debido a la condición de su padre, quien era un ex nazi : Frederick “Fritz” Schwend.

A raíz del asesinato de Sartorius saldría a la luz la vida de este criminal de guerra refugiado en Perú y que vivía, en total ostracismo, en su casa de Santa Clara, camino a Chaclacayo.

Gran suceso e infortunada visita, al nazi Schwend, fue la de su amigo Klaus Altman, quien en su viaje a Lima fuera reconocido por una de sus víctimas francesas. Klaus, quien en realidad era Klaus Barbie, uno de los criminales de guerra más perseguidos y, colaborador de Martín Bormann, había huído a Bolivia en 1951. Los israelitas lo capturarían y condenarían a muerte en Tel Aviv pero murió antes de ser ejecutado debido a una penosa enfermedad. Una anciana francesa lo descubrió al ver unas fotos publicadas abrazando a su amigo Schwend. Fue responsable, junto a la Gestapo, de la matanza de Lyon.

Frederick Schwend, un hombre rechoncho con rostro bonachón era el eje de una serie de contactos entre los nazis que estaban repartidos por diversos países. Además era el responsable de dirigir el sistema para inyectar libras esterlinas falsas en la economía de la Gran Bretaña para causarles problemas económicos a los ingleses. Su negra y truculenta historia se remonta a su vida en Alemania entre 1941 y 1945. Se supo de su permanencia en Italia en el 45 y en el 46, donde se le pierde el rastro hasta que aparece en Perú en los años sesenta. Cuando traté de hablar con él en su casa de Santa Clara se negó a recibirme.

Según las investigaciones del caso, Ingrid estuvo minutos antes del asesinato en la fuente de soda “Todos” en San Isidro. Comió con uno de los abogados más connotados de la época, Roque Romero Cárdenas, un hombre mayor del que se dijo que fue uno de sus amantes. Era el padre de un compañero de colegio y me resultaba chocante creer en esa historia. Una amiga de Ingrid me contó, mucho tiempo después, que nunca fue su amante y más bien quiso aprovecharse de ella cuando le manifestó el deseo de separarse de su esposo. La razón : estaba locamente enamorada de Sartorius.

Terminado el encuentro con el veterano abogado, la bella alemana, partiría por la avenida Javier Prado rumbo a la hacienda, ubicada por la zona que hoy ocupa la Embajada de los Estados Unidos. Detrás de ella un auto pequeño la seguía. Le dio alcance cerca de los laboratorios Roché y el auto cerró su marcha. Su ocupante, quien estuvo vigilante durante el encuentro en la fuente de soda, se acercó a ella y trató de aprovecharse de la chica. Esta era la versión -muy puesta en boga por el defensor, Carlos Enrique Melgar, de la alemana durante el juicio- pero prontamente fue cuestionada, entre otras razones, por la posición en la que fue encontrado el cuerpo del occiso.

La comidilla popular de los hechos indicaba que Oliveira, el día del asesinato, siguió o mandó seguir a su esposa porque estaba celoso de ella. Por primera vez la alemana se enamoró y se lo había dicho a su marido. Eso estaba más allá de lo acordado. “Tu no debes enamorarte”, le dijo en alguna oportunidad. Y ella sentía temor, porque una noche, al enterarse de sus frecuentes salidas con el español, la dejó fuera de la hacienda, no sin antes pegarle. Pasó la noche acurrucada junto al portón. El día del asesinato se contuvo al verla con su supuesto amante, el viejo abogado, en “Todos” y no hizo nada porque mucha gente degustaba helados y “sandwichs” en el entonces lugar de moda. Agazapado estaba cuando vio a Sartorius y luego que su esposa subía apurada al Mini Minor. Ni Ingrid ni el falso conde se habían dado cuenta de la presencia del esposo de la rubia.

Otra versión señalaba que terminada la reunión entre ella y el abogado se dirigió al auto rumbo a su casa. En el camino, cerca de los laboratorios, fue alcanzada por el falso conde quien la convenció de cambiar de auto. Ya ella en el coche del español y aprestándose a ir a otro sitio apareció su marido quien increpó a su acompañante y después de discutir, éste bajó del vehículo para contener a Oliveira, el marido ofendido extrajo su arma y le disparo varios tiros. Sartorios estaba herido de muerte. Ella corrió a su auto y se marchó a La Encalada. El esposo la siguió y en casa se pusieron de acuerdo sobre lo que dirían a la policía. Hay circunstancias no aclaradas hasta hoy. Cómo pudo Sartorius obligar que ella detuviera su auto, la posición del cuerpo de la víctima, las luces encendidas de su auto, y la no existencia de marcas de sangre o pólvora en la puerta del carro de la alemana. Todo esto fue muy extraño. Es poco lógico que una chica detenga su auto en la noche y en una avenida solitaria si es que no conoce a su interlocutor. Por otro lado si ella -como declaró a la policía- le disparó cuando se acercó a su auto, el cuerpo de la víctima debía estar lejos del Mini Minor del “conde” pero estaba muy cerca. Tampoco se puede colegir que si disparó desde su auto no quedaran vestigios del disparo ni manchas de sangre en vidrios o carrocería. Los disparos se hicieron fuera de los autos.

Las malas lenguas cuentan que lo que ocurrió en realidad fue que el falso Conde e Ingrid, en el auto del joven Casanova, marcharon hacia el “cinco y medio”, zona conocida por sus moteles de citas a la altura del kilómetro 5.5 de la Carretera Central. Que fueron espiados por un enviado del marido de ella y fue quien le avisó de los pasos de la rubia. Parece ser que cuando llegó Oliveira a la zona de la fuente de soda “Todos” solo pudo divisar a la pareja que se dirigía velozmente a su cita de amor. Por alguna razón, el marido engañado esperó pacientemente el final del encuentro amoroso y los siguió procurando alcanzarlos en una zona descampada. Ese lugar fue frente a los laboratorios “Roché”. Allí disparó al amante de su mujer y a ella la arrastró hasta su auto y en el camino fue maquinando el plan. Ella confesaría su crimen en defensa propia. De no hacerlo le quitaría a sus dos pequeñas hijas. Como abogado se las sabía todas.

A Sartorius y su esposa, una linda mujer, los conocí de vista. Ellos frecuentaban a una tía abuela de ella, la señora Grimanesa Laos Vda. De Lorecchio, quien vivía justo frente a mi casa en Orrantia. Los detalles de la vida de la joven consorte del falso conde -que no era todo en su vida un lecho de rosas con el españolito- los conocería luego, por Julio, el tío de la chica quien estaba encargado de cuidar a la anciana abuelita Grimanesa, como le decíamos de cariño. Entre Ingrid y la esposa del finado había diferencias. La alemana era regordeta, muy blanca de cara redonda y cabellos rubios y la esposa era esbelta y lucía estupenda cuando estaba tostada por el sol veraniego. Me quedo con la esposa.

La noticia del crimen llegó a oídos de la madre de Ingrid. Ella, separada de Frederick mucho tiempo atrás, vivía en Sud África. Aún así quiso estar al lado de su hija en el Perú. Supimos que podría estar por llegar. No quería perderme la primicia, ya que tenía este caso asignado por el periódico donde trabajaba. Volví a los lugares en que podía estar. La Encalada, Santa Clara, hoteles de Lima y los alrededores. Nada concreto. Caminando por el Palacio de Justicia me acordé que el marido de la alemana era abogado. Con eso en mente busqué en la guía telefónica si existía algún estudio Oliveira. Y lo encontré, ubicado en el jirón Azángaro, verifiqué con una llamada si correspondía el teléfono al doctor José Oliveira. La persona que respondió refirió que si, pero que estaba de viaje.

La intuición hizo que montara guardia por dos días frente al estudio. Me alternaba con un compañero periodista, Ledesma y el fotógrafo Caso. La paciencia y tenacidad empezó a dar sus frutos cuando descubrimos a un tipo que salía del estudio con sigilo para ir a comprar a una pollería cercana. Regresaba portando comida y bebidas. En uno de sus viajes para comprar alimento aprovechamos para llamar por teléfono al estudio. ¡ Oh sorpresa ! contestó una voz de mujer con acento extranjero y colgó de inmediato. Ya no teníamos dudas, allí se encontraba escondida la madre de Ingrid. Sólo era cuestión de esperar un poco más hasta que tuviera que salir para ver a su hija, detenida en la carceleta del Palacio de Justicia.

Al segundo día de vigilancia, como a las tres de la tarde, se abrió la puerta de calle del estudio de abogados, y aparecieron el tipo que hacía las compras, quien miraba de un lado para otro como para verificar no los estuviesen viendo, y como si nada ocurriera salió con una anciana a la que con cuidado la conducía del brazo. Ella, de mediana estatura, vestía ropa sencilla pero de calidad, tenía colocados unos anteojos de sol negros y caminaba algo imprecisa. Había llegado el momento. El fotógrafo, Ledesma, quien hablaba un buen inglés, y yo nos acercamos a ellos. Poca fue la resistencia de la dama y su acompañante. Esa tarde sacamos una buena entrevista desde el lado humano del asunto, del amor de madre a hija. Poco o nada quiso decirnos de su exposo el nazi Frederick. “Estoy ansiosa por ver a mi hija y que todo se aclare”, puntualizó la madre de Ingrid esbozando una tierna sonrisa.

Ingrid al terminar su carcelería se fue del país. Se supone que encontró un nuevo amor y destino que le hiciera olvidar su tragedia. Su ex esposo –quien debe vivir aún- es posible que se encuentre en el Perú. El ex nazi Frederick murió hace muchos años sin que el peso de la justicia se abatiera sobre sus crímenes de guerra. Aún hay mucho que desentrañar del enigmático nazi y de la desdichada noche en que murió Sartorius.