7 de octubre de 2023

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LAS CRÓNICAS DE LA COLONIALIDAD

Por: Francisco Javier González.

10 de agosto de 2009

Algo más de siglo y medio después de que Colón “descubriera” las Indias Occidentales y llevara a esas “nuevas” tierras de Incas, Aztecas y Mayas, transmutadas luego a América , la “civilización” occidental de la cruz, la espada, las encomiendas, los virreyes y la esclavitud; 110 años después de que los portugueses comenzaran a “civilizar” Brasil; 105 años después de que los franceses de Jacques Cartier plantara en tierras de hurones y algonquinos, una cruz de madera y tres flores de lis, y “adquirieran” así a Quebec para el rey francés; 55 años después de que Walter Raleigh fundara lo colonia de Virginia; 20 años después de que el Mayflower “peregrinara” a cristianizar, sajonizadamente eso si, a Massachusetts y 15 de que los holandeses de la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales instalaran en la desembocadura del Hudson a la abuela de la actual Nueva York con el nombre de Nieuw Amsterdam, fueron los suecos los que, reinando en el país escandinavo la Reina Christina –la de verdad, la llamada “Minerva del Norte”, la amiga de Descartes y no la Greta Garbo de la película de Mamoulian- se propusieron instalar en el norte de Abya Yala otra colonia “civilizadora” europea más: “Nya Sverige”.

Los suecos desembarcan en el hoy gringo estado de Delaware en 1638 y fundan “Fuerte Cristina” en el solar del actual Wilmington, población inicial de la Nueva Suecia que ese mismo año cuenta ya con más de 600 suecos establecidos. Desde los puertos de Stockholm y Gothenburg parten regularmente los navíos que llevan hombres, pertrechos y municiones a la nueva colonia, en liza desde su nacimiento con la vecina colonia holandesa de “Nueva Amsterdam”. Algunos, como el “Katt” atracan, con problemas, en Puerto Rico y las mercancías para Nueva Suecia terminan decomisadas por los españoles a pesar de la amistad que unía a la Reina Christina con el Rey español Felipe IV a quién había regalado dos obras de Durero, pero la colonia va creciendo paulatinamente y creándose nuevos fuertes para frenar a los holandeses.

En septiembre de 1653 la Reina Christina decide enviar una nueva expedición de apoyo a la incipiente colonia –la décima desde su fundación- y ordena al Capitán de Navío Mr. Johan Bockshorn el traslado en su barco, el “Öhrn”, de unas 100 familias, mercancías y municiones para el apoyo del Gobernador de Nueva Suecia Mr. Johan Printz. Nombra también la reina sueca a Mr. Johan Rijsingh, del Royal College of Commerce, como Comisario y Consejero Asistente del Gobernador, a Sven Schüte como Comandante de la Milicia a Mr. Elias Gyllengreen como Teniente de Navío y al joven ingeniero y matemático (cartógrafo) por la Universidad de Upsala, Per Lindheström, recomendado por el muy influyente Commercial College como políglota (latín –la lengua culta de Europa, alemán, danés y francés, además de sueco) y como informador/supervisor del estado de las fortificaciones en la colonia y de las características de la misma. El Öhrn zarpa de Estocolmo hacia Gotemburgo y, a primeros de 1654 reúne a la tropa y a los hombres libres a trasladar a Nueva Suecia estando listo para zarpar a principios de febrero, pero entre tormentas y hielo se va retardando la partida. Finalmente tras una serie de peripecias entre Calais y Dover, de ser cañoneados y apresados por una fragata inglesa y de conseguir finalmente pasaportes ingleses de libre circulación, el Öhrn, saludando con salvas de sus cañones, se hace de nuevo a la mar desde la Bahía de Weymouth junto a la isla de Portland en la mañana del 3 de marzo de 1654 rumbo a Nueva Suecia.

El Öhrn deja a estribor el inglés Cabo de Sorlinger y a babor el francés de D’Ouessant y se interna en el Océano Occidental hacia las colonias americanas pero, casi inmediatamente, se desata una violenta tempestad y fuerte oscuridad que dura 17 días, hasta que, totalmente perdidos, entrada la noche del 20 de marzo avistan tierra y logran llegar a una amplia bahía con las luces de una ciudad al fondo donde los saludan con una salva a la que el Öhrn responde con sus cañones. Al no conocer que gente poblaba aquella costa, el capitán Bockshorn convocó en plena noche al Consejo del Barco formado por el comisario Rijsingh –que actuaba de Gobernador en presencia de extranjeros- el comandante Schüte, el Teniente Gyllengreen y el ingeniero P. Lindheström, en previsión que los pasaportes suecos que llevaban con el sello real no fueran legibles ni entendibles por las autoridades del territorio, por lo que Lindheström, como políglota se encargo de redactarlos nuevos en latín y trasladar los sellos de cera de la Reina Christina a los nuevos pasaportes.

Poco después de amanecer el 21 de marzo tres balandras partieron de tierra y abordaron al Öhrn con el Gobernador de la Plaza, D. Philipo, y numeroso acompañamiento. Al conocer la nacionalidad y destino del barco y dando por buenos los pasaportes, preguntó al capitán sueco como era posible que hubieran navegado casi tres semanas, arribado a su puerto y no saber donde estaban, por lo que le narraron lo sucedido, que concordaba con grandes tormentas que también en puerto habían sufrido. Lindheström, como cronista de la expedición, relata que el Gobernador “nos pidió si teníamos lino fino, jamón ahumado o algo parecido, lo que entre ellos es considerado una rareza, y el Comisario Rijsingh ordenó traer 2 prendas de lino fino de Holanda y 8 piezas de buen jamón ahumado, lo que regaló al Gobernador, que las aceptó con mayor agradecimiento que si le hubiéramos dado varios cientos de monedas”.

El Gobernador invitó a Mr. Rijsingh y a lo suecos más notables –los primeros suecos que arribaban a ese puerto y ciudad- a bajar a tierra y, tras una nueva serie de peripecias, de las que la menor no fue el ser acogidos a pedradas por la gente que recelaba de los luteranos infieles, pedradas que no cesaron hasta que el Gobernador envió a “un oficial para que fuera por toda la ciudad y a la entrada de las calles, acompañado de varios pregoneros y tocando tambores, a proclamar y anunciar que si, de una forma u otra, alguien se atrevía a tocarnos o atacarnos, perdería la vida”, los suecos se alojaron en la ciudad en casa de un cónsul, alemán de nacimiento, llamado Hieronymus Lievent, y contrataron un interprete francés para que les sirviera mientras estaban en tierra. El Gobernador envió, a la caída de la tarde, a un paje al hospedaje de los suecos para invitar a Mr. Rijsingh y al resto de oficiales suecos a una cena en su palacio al día siguiente, cita y cena de la que da cumplida cuenta el ingeniero Lindheström.

“El día 22 de marzo fuimos conducidos por los mensajeros del gobernador, a su palacio para celebrar el banquete al que nos había invitado la tarde anterior. Por ese motivo y debido a que éramos oficiales, envió a muchos negros con sombrillas para acompañarnos. Cada negro llevaba una sombrilla sobre la cabeza de un oficial para protegerla de los rayos del sol. Estas sombrillas están hechas como un gran cono y en su parte más baja son anchas como el fondo de un gran barril. Son de arpillera y están teñidas de rojo, verde, azul, amarillo o de cualquier color, con estrellas pintadas en el cono; un gran penacho de seda teñida y tafetán, de 3 anas de largo (1,80 m. aprox.), sujeto por encima del cono, está atado firmemente a una larga vara pintada. El negro agarraba con ambas manos esta vara y caminaba detrás del hombre al que daba sombra; y llevaba la sombrilla de modo que estuviera suspendida exactamente por encima de su cabeza. En el palacio del gobernador fuimos tan magníficamente tratados que la pluma no puede describirlo. Nunca habíamos visto una cena tan suntuosa, con solo dulces, ni hubiésemos podido imaginar que sería posible encontrar tantas frutas creciendo en una sola tierra. Esta cena fue servida en 4 fuentes de plata, consistiendo cada una de 25 platos, así que finalmente hubo un total de 100 platos de dulces”.

¡Lugar curioso y distinto, como solo se dan en las colonias, era este al que arribaron los perdidos súbditos de la Reina Christina! Totalmente desconocido hasta el punto de que, de los suecos “muchos estaban tan ansiosos por probar todas las cosas que crecen allí, que varios perdieron la vida por ello. En ese lugar crecen plantas que son venenosas. Cuando se rompen los tallos de cierta clase de ellas, mana una especie de leche blanca que es el veneno más poderoso y virulento que se pueda encontrar”. El capitán sueco aprovechó para un buen negocio, vendiendo a su esclavo Jute por 9.600 libras de azúcar, además de algunos cascos de melaza, para que trabajara para su nuevo dueño entregándole “medio riksdaler diario durante el resto de su vida. Lo podía obtener de la forma que quisiera, bien por medio del trabajo a robando, cosa que a su dueño no le importaba……pero no debía ser un chico perezoso, ya que, si no entregaba a su dueño la citada cantidad de dinero, éste lo pondría en el potro y le arrancaría la piel de la espalda” El trabajo del esclavo se desarrollaba fundamentalmente en las plantaciones y en los ingenios para prensar la “caña de azúcar que allí crecen en las plantaciones como grano sembrado o plantado, muy cerca unas de otras, como los juncos en Suecia”.

¿Qué extraña tierra era esa, de esclavos y sátrapas gobernadores, de negros con sombrillas para proteger a los europeos del ardiente sol, de fuentes de plata con 25 platillos de dulces de frutas y de blanca leche venenosa manando de desconocidas plantas, a la que arribaron los perdidos suecos? “El 26 de marzo levamos anclas, zarpamos, saludamos y dimos las buenas noches a Gran Canaria, navegando desde ese lugar con un viento nordeste y suroeste por el oeste hacia el Eastern Passage”.

Los suecos no lograron consolidar su colonia en América a pesar de que el “experto en el arte de las fortificaciones,” según lo califica el Royal College, que era Mr. Pär Märtensson Lindheström, perfeccionó las defensas de Fort Christine y Fort Trinity. A los 17 años de establecida, en 1655 y siendo gobernador Mr. Johan Rijsingh, el principal invitado del gobernador colonial de Gran Canaria, fue invadida por sus vecinos de Nueva Holanda, que a su vez fueron presa en 1664 de los ingleses y pasaron a formar parte de las Trece Colonias del imperio británico en América del Norte hasta la Declaración e Independencia yanqui de 1776. Gran Canaria, Canarias toda, sigue como resto del imperio español, hoy de cartón piedra donde el sol ya se pone, solo que una hora más tarde.

Nota: La parte que corresponde a Canarias se puede encontrar editada por José A. Delgado Luis en el Valle de Taoro -Orotava 1991- en su muy estimable colección “a través del tiempo”. Es una lástima que el Prof. de H. de América de la Universidad de Aguere, Manuel Hdez Glez, que proporcionó el texto, no incluyera la litografía que figura en la pág. 46 de la edición de Philadelphia de 1924 bajo el título “Shade as protection against the sun” mostrando a los oficiales europeos protegidos del sol canario por los esclavos negros y sus sombrillas.