7 de octubre de 2023

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EL CANGREJO ERMITAÑO

Por: Hugo Noblecilla

24 de junio de 2009

Con este cuento obtuvé, en el año 1989, el Primer Lugar en el concurso de cuentos para niños organizado por la Asociación Peruana de Literatura Infantil y Juvenil , haciéndome merecedor del Premio "Francisco Izquierdo Ríos". El cuento lo escribí con la finalidad de hacer más didáctica mis clases sobre relaciones ecológicas en el curso de ciencias naturales y por supuesto despertar en mis alumnos más amor por los animales y con ello interes por la conservación de los ecosistemas. A poco más de 20 años de su creación, lo pongo a disposición de todos ustedes, agradeciendo como siempre sus muy valiosos comentarios.

EL CANGREJO ERMITAÑO

Un día, hace ya muchos años, nació en nuestras playas un cangrejito que no tenía caparazón y los demás seres que habitaban junto a él se burlaban de su aspecto. Las jaibas y otros cangrejos, que eran más robustos y bravos, le daban fuertes horquetazos en su cuerpo desnudo y le decían: " ¡Quita de aquí pelao! ... ¡Fuera de aquí, cabeza de mate! ... y le hacían miles de mofas.

Pero a quienes más les temía nuestro cangrejito, era a las gaviotas y a las garzas, ya que ellas le tenían una gran apetencia, porque al verlo sin caparazón les parecía más delicioso. Por esta razón el animalito sufría mucho y casi no podía salir a pasear libremente por la playa o jugar con las olas, como si lo hacían las jaibas, caracoles y demás seres del mar.

Cierto día decidió refundirse en lo más apartado del mar y no conversar con nadie, por lo que los demás vecinos empezaron a llamarle cangrejo ermitaño; más siempre sentía el deseo de dar una vuelta por la playa, para lo cual esperaba que ésta estuviera solitaria. Un dia, mientras estaba correteando alegremente, lo divisó una gaviota. Nuestro cangrejito se vio perdido y corrió sin saber dónde ocultarse. Felizmente chocó con la concha vacía de un caracol y allí se refugió; el ave no pudo comérselo. Estuvo largo tiempo oculto en dicho lugar y, una vez que la vio alejarse volando hasta perderse en el horizonte, hizo el intentó de trasladarse hacia el agua siempre con la concha a cuestas, por temor a que volviera su enemiga; al principio sus movimientos fueron torpes y lentos, más poco a poco se fue acostumbrando y decidió que ese escondite le serviría, a partir de ese día, de carapacho o casa.

-¡Creo que esta concha de caracol puede protegerme de mis enemigos! -se dijo feliz nuestro querido cangrejito. Pero pasó el tiempo y su cuerpo creció. La concha le quedaba muy estrecha y se dijo: - ¡Oh! ¿y ahora qué hago? ... ¡Mi hogar cada día me resulta más estrecho! ... ¡No puedo moverme! ... -Así estuvo con el problema hasta que se encontró con otra más grande, y decidió trasladarse hacia ese nuevo hogar, más amplio.

-¡Ahora ya puedo salir a pasear! ¡Creo que estoy algo protegido! -se dijo dignamente el cangrejito. Más aun así, no se sentía muy seguro, y como ya había aprendido a pensar, dijo: -Si no estoy muy seguro puedo buscar algo que me proteja aún más, y así como encontré por casualidad esta concha, también puedo encontrar otra cosa que me sirva para defenderme mejor.

Un buen día, mientras paseaba por unas rocas marinas, se encontró con una anémona que estaba comiendo unos trozos de pescado:

-¡Buenos días, señora anémona! -La saludó cortésmente el cangrejo ermitaño.

-¡Buenos días! -contestó molesta la anémona.

¿Por qué está usted molesta -preguntó sorprendido nuestro cangrejo-; Si la veo que está usted almorzando, debería estar más bien alegre.

-Si usted supiera, señor cangrejo, -¡cómo sufro de estar todo el día aquí sin poder moverme a ningún lado! -dijo tristemente la pobre anémona-. Si ahora estoy comiendo es porque tuve la suerte de que hace un rato un tiburón estuvo comiéndose un pescado aquí cerca, y entonces, quedaron estos restos.

- Pero usted tiene suerte, señora anémona -replicó el cangrejo, luego de meditar un momento- Nadie puede hacerle daño, ni las gaviotas ni los peces más grandes, tampoco las jaibas. A mi varias veces me han ofendido. Existe el temor de chocarse con su veneno.

-Bueno, en eso tiene razón, señor cangrejo... pero lamentablemente, de aquí no puedo moverme.

-Yo en cambio puedo moverme y trasladarme de un lugar a otro, pero ando con temor hacia mis enemigos. Si yo tuviera sus defensas, ¡otro sería el destino de mi vida! Exclamó con tristeza el cangrejo.

A la anémona se le ocurrió una idea, y le dijo a nuestro amigo:

-¿Qué tal, mi estimado cangrejo, si con sus tenazas me coloca encima de su casa y me traslada por diferentes lugares?. De esta manera puedo conseguir mejor mis alimentos y a usted lo defiendo de sus enemigos. Así nadie se atreverá a molestarlo.

Sin pensarlo dos veces, el cangrejo aceptó la propuesta y acto seguido, levantó a la anémona con sus fuertes tenazas y la colocó en la parte superior de su concha.

Desde aquel día, estos dos seres -antes infelices- vivieron ayudándose mutuamente. Nuestro cangrejo jamás tuvo miedo de pasear por los fondos marinos y nuestra anémona jamás tuvo que sufrir para conseguir sus alimentos.