7 de octubre de 2023

INICIO > Cultura

FIÓDOR DOSTOIEVSKI

Por: Mario Noya.

13 de diciembre de 2008

(GENTES DEL LIBRO).

Fiódor Mijáilovich Dostoievski nació el 11 de noviembre de 1821 en el Hospital de Pobres de Moscú; no porque él lo fuera, sino porque su padre, Mijáil Andreiévich, ejercía allí como médico. Menudo elemento, el padre: "Un hombre rígido, autoritario, alcohólico, ahorrativo hasta la avaricia", al decir de Guillermo Suazo Pascual (v. la introducción a la edición de Edaf [1991] de Los hermanos Karamazov); vamos, lo que se dice canela en rama, en cuyas manos pondríamos todos sin dudarlo nuestras vidas achacosas. Su madre, María Fiodórovna Necháyev, era de otra pasta: una buena mujer, en el buen sentido de la palabra; el molde de mirada suave, doliente y candorosa en que verterá Fiódor a las heroínas que pueblan sus páginas lacerantemente humanas.

La infancia de Fiódor y sus cinco hermanos acaso la tuviera por envidiable Leopold von Sacher-Masoch, que no el común de los mortales: el Hospital de Pobres como hogar dulce hogar, el padre que era un tirano, la madre maltratada bañada siempre en lágrimas y un largo etcétera paredaño con los cenagales habitados por la sordidez. En cuanto pudo, el joven Fiódor se acogió a sagrado, se refugió en la literatura, o sea; especialmente, en las composiciones de Alexander Pushkin, Poeta Nacional de Todas las Rusias.

Parecía asomar la felicidad a la vida de Dostoievski, sobre todo a partir de 1831, cuando el padre inaguantable adquirió una aldea (Darovoe, en la provincia Tula) y Fiódor y sus hermanos pudieron en los veranos aventurarse por los bosques de abedules de la zona y quitarse de encima el olor inefable del Hospital –de todos los hospitales– de Pobres. Pero llegó febrero de 1837: la tuberculosis mata a la madre, la cándida María, y al joven Dostoievski de nuevo pero más que nunca la vida le provoca bascas.

No sólo a él: "Su padre, consumido por los remordimientos a causa de la muerte de su esposa, se hundía cada vez más en el embrutecimiento por el alcohol, y para deshacerse de sus hijos decidió enviarlos a la Escuela de Ingeniería de San Petersburgo", leemos en la Enciclopedia Universal de la Cultura que publicó hace ya unos años el diario El Mundo. No estaba llamado Dostoievski a transitar tales caminos, así que aprovechó los años académicos para devorar toda la literatura que cayó en sus manos, ya fueran folletines o las obras de un Shakespeare, un Gógol, un Balzac, un Dickens.

Pronto se las tuvo nuestro personaje con otra fecha trascendental. Ocho de junio de 1839: muere asesinado el padre tirano, a mano de sus propios mujiks (campesinos). Los estudiosos de la vida y la obra de Dostoievski –Freud entre ellos– han sacado petróleo de aquel suceso. No es de extrañar, pues, que hayamos leído cosas como las que siguen:

– "Este parricidio, que nunca cometió pero que secretamente deseaba, le provocó su primer ataque de epilepsia. Los remordimientos le obsesionaron durante toda su vida, y sólo logró expiarlos con su última novela, Los hermanos Karamazov, en la que recreó con sinceridad masoquista las circunstancias y consecuencias morales de ese asesinato" (Enciclopedia Universal de la Cultura, El Mundo, 1996).

– "La muerte del padre autoritario, alcohólico y avaro, como algo liberador, estará para siempre en el alma de nuestro autor y en algunas de sus novelas, especialmente en Los hermanos Karamazov" (Guillermo Suazo Pascual).

Fiódor concluyó esos estudios que no le gustaban en 1843, y al poco pasó a formar parte de la plantilla del departamento de dibujo de San Petersburgo. ¿Qué pintaba Dostoievski allí? Nada. Así que abandonó los bártulos de aquel oficio que no era el suyo para dedicarse por entero a la literatura. De primeras tradujo la Eugenia Grandet de Balzac, que a la sazón se encontraba en Piter tras las faldas de su amada, la condesa polaca Hanska. Y ya en 1844 se embarca en la redacción de Pobres gentes, que le publicará en 1846 el influyente poeta Nikolái Nekrásov.

El éxito que alcanzó con su ópera prima fue clamoroso, hasta el punto de que Vissarion Belinski, sumo sacerdote de la crítica literaria del momento, sentenció: "Ha nacido un nuevo Gógol". Sin embargo, sus siguientes títulos (El doble, El señor Projarchin y La patrona) fueron acogidos con indiferencia, cuando no con abierta hostilidad, por los mismos que se habían encargado de encumbrarle, pese a que, paradójicamente, las nuevas páginas desprendían un aroma netamente gogoliano.

Entre tanto, Dostoievski ha ido introduciéndose en el cenáculo del revolucionario Petrashevski, ayuntamiento de jóvenes intelectuales con las neuronas tomadas al asalto por las ideas más subversivas que circulaban en aquel tiempo en aquel país inmenso. En una de las reuniones clandestinas que celebran para planear (es un decir, hablando de semejante yunta de diletantes) los destinos de una Rusia sin terratenientes, familias, popes ni zares irrumpe la policía, y al cabo los conspiradores dan con sus huesos en la cárcel. Fiódor, que no tomó parte en el contubernio del 23 de abril de 1849, cayó pocos días más tarde.

Luego de ocho meses de encierro en la tristemente célebre Fortaleza de Pedro y Pablo, Dostoievski y el resto de los involucrados en el complot Petrashevski fueron condenados a muerte.

Estaban alineados ante el paredón; al frente, el pelotón de fusilamiento ya formado, esperando la orden pertinente de "abran fuego". Jamás llegó: el zar les había conmutado la pena capital por otra de cuatro años de trabajos forzados.

Siberia. O la división de las aguas. Atrás queda el Dostoievski con pujos revolucionarios, enemigo cordial de la religión y fascinado con las ideas socialistas procedentes de Occidente; emerge un hombre nuevo, renacido al cristianismo, que predica la redención por medio del sufrimiento y abraza sin ambages la causa de los eslavófilos. Sus años de presidiario quedarán plasmados en Recuerdos de la casa de los muertos (1862).

En 1859 le permiten, por fin, regresar a San Petersburgo, donde la intelligentsia progresista le recibe como a un mártir revolucionario. Fiódor se encargará de sacarles de su error por medio de la revista Tiempo, que funda junto a su hermano en 1861 y en la cual dará cumplida cuenta de sus nuevos ideales. En ella publicará, por entregas, su primera novela extensa: Humillados y ofendidos, donde Dostoievski se enmascara tras la figura de Iván Petrovich, un escritor novel en busca y captura de un editor que confíe en sus trabajos.

La buena marcha de la revista le permitirá, en 1862, realizar su primer viaje al extranjero. Lo que ve en Berlín, Colonia, París, Londres, Ginebra, Turín, Florencia le reafirmará en sus creencias: lo que necesita Rusia es más Rusia, no más Occidente. Fruto de su peripecia europea es Notas de invierno sobre impresiones de verano, que publicó en Tiempo no bien de estuvo regreso en San Petersburgo.

Vuelve a coger las maletas al año siguiente, pero esta vez pidiendo prestado el dinero necesario para el viaje (el Gobierno había cerrado Tiempo, y le pesó también en el bolsillo) y con menos ganas de recorrer mundo que de reunirse con Pólina Suslova, una jovencita a la que conoció en la redacción de la revista y con la que mantuvo en aquel periplo relaciones perfectamente calificables de tormentosas. Acabó desquiciado Dostoievski en esta su segunda expedición al extranjero; por Pólina y por la ruleta, pues perdió hasta la camisa en el casino de Wiesbaden.

¿Qué le depara 1864? Más dolor, más vértigo, más penuria: verá morir en abril a su esposa, y en julio a Mijáil, su hermano carnal y del alma; le acometerán mayores y más frecuentes ataques epilépticos; se agravarán sus problemas económicos. Pero a Dostoievski lo que no le mataba le fortalecía, que diría Nietzsche, y de ahí en adelante compondrá las páginas más brillantes de su narrativa. Del mismo 1864 es Memorias del subsuelo, un "autoflagelante monólogo" protagonizado por un "rebelde contrario al materialismo y al conformismo imperantes en la sociedad"; "el primero de los antihéroes enajenados" que producirá la literatura moderna, sostiene la popular enciclopedia Encarta.

Mil Ochocientos Sesenta y Cinco: otra vez Pólina. Acuerdan reunirse en Wiesbaden. Fiódor busca desesperadamente el dinero que le permita de nuevo rendir viaje. Lo encuentra en el editor Stellovski, a cambio de los derechos sobre sus obras y de una nueva novela, que Dostoievski se compromete a entregar en el plazo de un año. Wiesbaden seguía teniendo un casino, y el casino una ruleta, y Dostoievski en los tuétanos la pasión compulsiva por el juego: antes incluso de que se reencontrara con la Suslova había vuelto a perder hasta la camisa. El viaje acabó como acabó, y redujo a cenizas la atracción fatal con que se castigaban mutuamente Fiódor y Pólina.

Ya estamos en 1866. El plazo de entrega de la novela prometida a Stellovski está a la vuelta de la esquina y Fiódor, que no da abasto, recurre a los servicios de una taquígrafa. Los resultados son excepcionales: le dicta El jugador en tan sólo veinticinco días, y a finales de año las dos últimas partes de esa obra cumbre de la literatura universal que lleva por título Crimen y castigo, en la que ha estado trabajando durante casi una década.

Nos instan los franceses a buscar, cherchez la femme, la mujer que sustenta siempre a un genio. Es Anna Grigorievna Snitkina, la taquígrafa: dulce y abnegada y con apenas 20 años cuando se casa, febrero del 67, con Fiódor, luego de lamerle las heridas que le abrió Pólina en los adentros.

Tan pronto se hubieron casado, Anna y Fiódor marcharon al extranjero, acaso principalmente para perder de vista a los acreedores de nuestro personaje. Cuatro años anduvieron recorriendo el Viejo Continente, con Fiódor dilapidando el dinero en la ruleta y escribiendo otras dos obras monumentales: El idiota (1868-69) y Los demonios (1870-1872), y Anna, cherchez la femme, fungiendo de puntal que impide el derrumbe del genio.

El Dostoievski que retorna a la patria, mediado 1871, es un tipo "envejecido, arruinado, incluso desprestigiado". "Sin embargo, con las nuevas obras, especialmente con El adolescente (1875) y la serie de artículos Diario de un escritor (que empezó a publicar en 1876), recobró su fama y también, gracias al inesperado talento práctico de su esposa, pudo vivir desahogadamente por vez primera" (Enciclopedia Universal de la Cultura, El Mundo).

Pasó los años que le quedaban de vida retirado en su casa de Staria Russa, cerca de San Petersburgo, trabajando en la última de sus novelas: Los hermanos Karamazov (1879-1880), y llorando la muerte de su hijo Aliosha, sobrevenida en 1878.

Fiódor Mijáilovich Dostoievski falleció, víctima de una hemorragia pulmonar, el 9 de febrero de 1881:

"Debemos leer a Dostoievski cuando nos encontremos en un mal momento, cuando hayamos apurado hasta las heces nuestra capacidad de sufrimiento y sintamos que la vida es una herida infinita, abierta y abrasadora, cuando respiremos el aire de la desesperación y hayamos muerto mil muertes de desesperanza. Entonces, cuando solos y desamparados miremos la vida desde el dolor y ya no la comprendamos en toda su salvaje crueldad, cuando ya no esperemos nada, entonces estaremos preparados para oír la música de este poeta terrible y maravilloso" (Hermann Hesse).