7 de octubre de 2023

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Yehude Simons una vez más vende su alma al diablo.

ALAN GARCIA Y SU PRIMER MINISTRO DE “IZQUIERDA”

Por: Santiago La Chira (El Diario Internacional).

19 de octubre de 2008

El recuerdo imborrable que tienen los peruanos del actual primer ministro de Alan García, corresponde a 1993, cuando la figura escuálida y barbada de Yehude Simons apareció en la televisión del gobierno agradeciendo y felicitando al dictador y corrompido Alberto Fujimori. Las imágenes salían desde la prisión de Canto Grande, donde desde 1992 Simons estaba detenido acusado de terrorismo. Ese día, Simons, vendió su alma al diablo, y en nombre de los presos de esta prisión, dijo patéticamente: “gracias señor presidente por todo lo que ha hecho por los presos. Ahora esta cárcel es un modelo para todo el Perú. Usted es un presidente preocupado por los derechos humanos. Su gestión es admirable”. De nada valió que Simons se arrastre frente al sátrapa, no fue liberado y estuvo en prisión hasta el 2001, cuando el gobierno de Valentín Paniagua lo indultó. Cuando Simons, decía que Alberto Fujimori, era un distinguido defensor de los derechos humanos, y que la prisión de Canto Grande era un modelo a imitar, esta cárcel había sido escenario de la matanza de cerca de 100 prisioneros de guerra, que como se sabe ahora, fue fríamente planificado por el gobierno de Fujimori. Era la epoca tambien de la inauguración de las “cárceles tumbas” en Puno y otras alejadas ciudades, en cuyo brutal sistema carcelario los prisioneros eran asesinados lentamente por maltratos, falta de alimentación, intenso frío, y encierro permanente

¿Simons de izquierda?. Eso hay que dudarlo, y si ahora ha sido convocado por Alan García Pérez, no es por sus atributos de izquierda que hace tiempo perdió, sino por su facilidad para arrastrase frente al corrupto con poder. Para entender este problema, comencemos por el inicio.

El Perú (¿qué o quiénes conforman “el Perú”?) acaba de ser una vez más sacudido por un sismo político, esta vez vinculado a turbios manejos con cesiones de terrenos en la costa norte para la explotación petrolífera. El caso es ya vox populi, y figura en las noticias más sonadas de Sudamérica en la hora actual. Una vez más, el Partido Aprista y sus entornos muestran estar contaminados indefectiblemente de corrupción y traición a las mayorías del país. Una vez más, como en el primer gobierno de Alan García (gran corrupto y criminal de Estado), los apristas evidencian su indetenible voracidad para devorar las arcas públicas, para hacer negocios a expensas de la credibilidad de quienes por alguna razón misteriosa volvieron a votar por este partido que ha hecho de la infamia y la sinvergüencería una marca de sello en la política nativa, desde que el propio Haya de la Torre condujera el Apra a los pactos más insólitos y despreciables con las élites que depredan el Perú, en complicidad subordinada con el gran capital extranjero.

Dicha práctica tuvo uno de sus momentos más oprobiosos en la coalición parlamentaria con la Unión Nacional del General EP Manuel Apolinario Odría (la llamada “convivencia” Apra-UNO de los años 1956-62, implementada por Ramiro Prialé), el que fuera responsable de algunas de las persecuciones más cruentas contra la masa aprista durante su dictadura de 1949 a 1956. Aquello asqueó sin remedio a muchos militantes honestos en las filas de ese partido, originalmente de extracción y reivindicaciones populares. Como resultado, nacería el “Apra Rebelde”, y poco después, con el liderazgo de alguien siempre recordado por su honestidad y combatividad, Luis de la Puente Uceda, nacería el MIR, que fue la primera experiencia guerrillera en el Perú contemporáneo. Una experiencia que, sin embargo, abortó en menos de tres meses, debido a una estrategia insurgente deudora del foquismo guevarista, y que no tuvo en cuenta las condiciones concretas de la heterogénea realidad peruana, tan diferente de una isla del Caribe como la Cuba de los años 50. En suma, la percepción del Apra como partido cínico, populista, sinuoso, y por fin aliado de la derecha más rancia, tiene larga data.

El nuevo escándalo del hoy “ex aprista” Rómulo León Alegría (¿qué más podía hacer el Apra con una papa tan caliente entre manos, sino expulsar a la cabeza más visible del escándalo?) es tan solo uno más, y de seguro no llama la atención de nadie, salvo de los incautos o ignorantes de la historia política en el país. Se trata de un sujeto que fue Ministro de Pesquería del primer gobierno aprista, con procesos penales por corrupción, además de luego comprometerse con facilitar la huida nada menos que de Vladimiro Montesinos en el ocaso del fujimorato, y que, cuándo no, salió libre merced a esta justicia peruana tan preñada de peculados, así como de oscuras redes de intereses y mafias diversas (una de cuyas más recientes muestras es el trato contemplativo con dos mafiosos mayores, como la cárcel dorada para Fujimori y Montesinos).

León Alegría fungió como mediador en una reciente concesión ilícita otorgada por la empresa estatal PerúPetro a la petrolera noruega Discover Petroleum. Varios otros funcionarios de alto rango en el Estado se hallan envueltos en este tejemaneje, que se ha revelado mediante tres grotescas grabaciones telefónicas que alguien (¿quién?) hizo llegar a un ex Ministro del Interior del pasado gobierno de Toledo, el también ex izquierdista y hoy acérrimo defensor de la “patria”, el “orden” y la “legalidad democrática”, Fernando Rospigliosi. En dichos audios, con un lenguaje típicamente lumpenesco, se escucha cómo se finiquita el ilegal arreglo petrolero entre León Alegría, representante de la citada empresa noruega, y Alberto Quimper Herrera, director de PerúPetro (y quien también estuvo involucrado en escándalos durante el gobierno de Toledo). El viejo oligarca Quimper fue el funcionario estrella para lograr concesiones de terrenos petroleros sin licitación alguna, a cambio de compartidas ganancias, con León Alegría, en dólares cortantes y crocantes. Acordaron la entrega de cinco lotes a la empresa noruega Discover Petroleum, la misma que el pasado 10 de agosto "ganó un concurso de exploración y explotación" de pozos petroleros en el litoral de la Costa Norte del Perú.

Rospigliosi hizo público dicho material (dicho sea de paso, cómo recuerda todo a Montesinos, grabando y registrando cada conversación y acuerdo corruptos entre él mismo y un sinfín de políticos, periodistas, militares, empresarios, artistas, etcétera) en un programa de la televisión peruana. El sismo político que ello generó ha producido la renuncia en pleno del gabinete ministerial presidido por el antiguo escudero alanista Jorge del Castillo, también mencionado en los audios entre León Alegría (amigo personal del hoy ex Premier) y Quimper.

Mientras tanto, en medio de este bochinche mediático, se prepara sin mayor oposición visible el magno recibimiento a los más de 15000 delegados y casi un millar de hombres de negocios para la cita internacional que tendrá lugar en la capital peruana: la XVI Reunión del APEC (“Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico”, con la presidencia del Estado peruano solo 10 años después de su ingreso a este foro). Tal parece un síntoma de la desconfianza que genera el Foro de marras cuando, en América Latina, solo Chile, México y Perú forman parte del APEC: es decir, los países con economía más pegada al modelo neoliberal dependiente implementado en estos lares. Y, además, el Perú es el único miembro de la Comunidad Andina que integra dicho Foro. ¿Qué significados encierra todo este protagonismo más o menos súbito? ¿Por qué se quiere, según propios documentos del APEC, “posicionar al Perú como país-puerto de América del Sur, centro de conexión y distribución para las operaciones regionales del continente americano”? La profundización de prácticas de comercio e inversión, administradas en territorio peruano por políticos y grupos económicos que acostumbran actuar de espaldas a las mayorías, no auguran buenos tiempos ni vida democrática para estas. Conviene reparar, dicho sea de paso, en que uno de los temas principales de la agenda Perú-APEC es “el reforzamiento de la seguridad humana, marítima y aeroportuaria, mediante la lucha contra el terrorismo”. Más claro, ni el agua.

Al mismo tiempo, sube el costo de vida en el país, se sigue aplicando recetas neoliberales en el capitalismo dependiente y de última escala que es el Perú, enriqueciendo a los más ricos, excluyendo a los más pobres, y se continúa reprimiendo, como no podía ser de otra manera, los justos reclamos de la población. A quienes levantan su voz y protestan contra el actual estado de cosas, el gobierno aprista los castiga, los amenaza, los pretende amedrentar, y siembra mediante sus diversos voceros una espesa niebla macartista donde, muy en sintonía con la atmósfera política de los 90, se llama “terrorista” a todo lo que se oponga al rodillo apro-fujimorista en marcha (¿Acaso Fujimori no fue aupado por el Apra en las elecciones presidenciales de 1990, y su bancada parlamentaria, que existe con pleno derecho de ley en nombre de “la democracia”, no hizo alianza con el Apra en las últimas elecciones para la Mesa Directiva?). De esta manera, se sirve a grandes intereses como los representados en la próxima APEC que se llevará a cabo en Lima, por sobre la paciencia y malhumor de la mayoría de peruanos, que poco o nada interesados están en dicha cita de élites políticas, y sí más bien en que se resuelvan sus reclamos, y que alguna vez este país no tenga tantas ratas y sapos fungiendo de dignísimas autoridades en los poderes del Estado, en los municipios, o en varios de los gobiernos regionales inclusive.

Pero el problema principal, como bien enseñó Marx, no está en los representantes fugaces del poder. Es decir, no está en los politicastros, ni en sus aliados intelectuales, ni siquiera en las fuerzas de represión policial y militar que operan en países oprimidos como el Perú. No está en lo que hoy se señala mediáticamente como “ladrón”, “rata”, “insectos”, “corruptos” (Ver en los diarios los encendidos discursos de Alan García y del secretario general aprista Mauricio Mulder), ni se resuelve con el cambio de ministros. Faltaba más. El problema está en las viejas estructuras del poder, que en un país como el Perú tienen las propias articulaciones engrasadas con cáncer, y cuyas familias, grupos y consorcios de mayor influencia, en alianza con el gran capital extranjero, aprietan clavijas para que el Estado represente a como dé lugar sus mezquinos y exclusivos intereses.

Por eso, el pueblo peruano debe estar convencido de que no hay otro camino que la lucha por el poder y el socialismo, aunque esta haya sido varias veces manoseada, desprestigiada y traicionada por sus propios dirigentes. Es el caso de la lucha armada iniciada en 1980, en cuyo desarrollo amenazó al Estado y sus fuerzas de seguridad, pero lamentablemente fue traicionada por sus jefes, incluido Abimael Guzmán que desde 1993 se cambió de camiseta. Dejó la de Mao para vestir la de Montesinos. Las masas solo pueden confiar en la revolución, no importa el sacrificio que se necesita para alcanzar esta etapa máxima de la lucha social. No existen salidas intermedias. No es posible confiar en una “democracia” que como todas las democracias burguesas y contemporáneas se sustenta en la excluyente gran propiedad privada, y que encubre la real dictadura del capital bajo el disfraz de unas elecciones libres cada cierto tiempo para que todo siga igual, con nuevas caras. Nada se cambiará con buenas intenciones ni bonitos discursos.

El cuento de la democracia es solo eso: un cuento. Que cuando los grandes intereses que oprimen a las mayorías se ponen en cuestión, su conducta represiva se manifiesta en toda su grotesca faz y se emplea prácticas de todo tipo para aplastar la rebelión, no importando si en este camino se juega la propia “imagen democrática”, como demostró fehacientemente la llamada “guerra sucia” que tuvo durante el fujimorato su más brutal expresión. Esta guerra sucia contó con la complicidad no sólo de los sectores conservadores de la sociedad peruana, sino también con el asentimiento e información de buena parte de la izquierda legal y alrededores. Los tres gobiernos elegidos, desde 1980 hasta fines de los 90, de Belaunde, García, y Fujimori coincidieron en la misma práctica de “tierra arrasada”, exterminando sin ascos a poblaciones inocentes o indefensas. Una muestra indignante de la impunidad en toda esa historia es el actual vicepresidente del segundo gobierno aprista en el Perú: el contralmirante Luis Giampietri, que fue uno de los jefes de la Marina de Guerra y corresponsable de la matanza en los penales el 18 y 19 de junio de 1986, en las prisiones de San Juan de Lurigancho y El Frontón, y en la cárcel de mujeres de Santa Bárbara. La represión policial y militar contra el levantamiento de los presos políticos del PCP, que se rehusaban a un masivo traslado sin garantías a la nueva prisión de Canto Grande, culminó en el asesinato de 300 presos políticos que fueron fusilados después de rendirse. En El Frontón, la operación se encomendó a la Marina, que heroicamente bombardeó el “Pabellón Azul” durante todo el día. En la historia contemporánea de las cárceles en el Perú se han dado otros casos semejantes, pero el elevado número de víctimas de los citados sucesos conmocionó tanto al país como a muchos en el extranjero, y acentuó el desprestigio popular de los políticos y militares implicados en todo ello.

Entre criminales de guerra se entienden, sin embargo. Alan García fue el presidente durante dichas matanzas, y luego Fujimori ordenaría otra matanza de cerca de 100 presos políticos y prisioneros de guerra en el penal de Castro Castro, en mayo de 1992 (según investigaciones posteriores se estableció que este fue claramente “un plan de operaciones para eliminar sobre todo a los dirigentes y mandos del PCP-Sendero Luminoso que estaban allí”), además de varios otros crímenes de Estado como Barrios Altos (1991), con 15 personas asesinadas en una fiesta barrial, y en la Universidad Nacional de Educación “Enrique Guzmán y Valle” (La Cantuta, 1992) donde se secuestró y asesinó a 9 alumnos y un profesor, bajo el cargo de ser “terroristas”. A raíz de la citada matanza, en 1986, y a propósito de la investigación para determinar quiénes ordenaron disparar, Alan García dijo muy orondo: “O se van ellos o me voy yo”. Como se ve, nadie se fue al final, claro. En octubre de 1990, una Comisión Investigadora del Congreso determinó que tanto el presidente de la República, Alan García Pérez, como su Consejo de Ministros tuvieron responsabilidad directa en la matanza de los penales. Sin embargo, el Apra, en alianza con el movimiento Cambio 90, de Fujimori, logró obtener los votos suficientes para desestimar la acusación. Y hoy, este mismo criminal de Estado, más viejo y obeso que hace veintidós años, es quien acusa de “ratas” a los que roban bajo su secreto padrinazgo. La historia de la infamia en el Perú da para varios volúmenes.

Por todo lo anterior, el punible caso Rómulo León Alegría, aun en su escándalo mediático, no debe desviar la atención de las mayorías populares para la tarea central esta hora: organizar la protesta, conducir la rebelión al extremo de jaquear los verdaderos poderes en el Perú, y que así, en medio de mil batallas, váyase regenerando una clara y cabal alternativa. Que se reconstruya y afirme la vanguardia orgánica de las masas trabajadoras. Y que, atenta a los cambios que se han producido y se siguen produciendo en el escenario internacional, se forje un auténtico camino revolucionario acorde con estos nuevos tiempos, donde el gran capital ingresa a otra fase especialmente turbulenta según la más reciente crisis financiera con su epicentro en Estados Unidos. Se vienen tiempos difíciles, especialmente para los países oprimidos y de masas empobrecidas como el Perú, pero ello debe agitar sobre todo la conciencia y la organización de la lucha por un futuro diferente, que esté realmente en manos de quienes hacen este país.

Nada de esto guarda relación con otorgar más credibilidad, como en el pasado, a líderes que se disfrazan de representantes populares, siendo en verdad sátrapas, enemigos del pueblo y la revolución socialista. El estrenado fusible en el Premierato es un ex preso político acusado de pertenecer al MRTA al dirigir la revista Cambio, que a su vez era sindicada como vocero de esta agrupación: Yehude Simon. Este sujeto representa la entraña verdadera de la dirigencia emerretista: oportunista, mañosa, coludida con el Apra desde su primera aparición. ¿Acaso hay que recordar la militancia aprista de los más representativos cuadros del MRTA, o la sospechosa huida, a fines del primer gobierno aprista, de su máximo dirigente Víctor Polay y 47 militantes del MRTA por un túnel de 330 metros construido desde fuera del penal de "máxima seguridad" Miguel Castro Castro, para llegar a la conclusión de cuál fue el real carácter de este movimiento guerrillero? El MRTA aparecía en los 80, y aún hoy en parte del imaginario internacional, como la “guerrilla buena”, dialogante, vistiendo uniforme semejante a los castristas y guevaristas de los románticos años 60. Esos guerrilleros, como aun afirman varios intelectuales y activistas políticos, no eran los asesinos “terroristas” de Sendero Luminoso, y por eso merecían otro tipo de consideración y trato de la inteligencia y las fuerzas represivas del Estado peruano.

Pues bien, Yehude Simon fue encarcelado durante 8 años y medio por el fujimorato, acusado de pertenecer a la cúpula del MRTA y por "apología del terrorismo". El reciente domingo 11 de octubre, sin embargo, el periodista César Hildebrandt divulgó en la televisión peruana un video, donde se aprecia al propio Yehude Simon, un año después de su reclusión, tomando la palabra en representación de los presos de Castro Castro. Ante la presencia de Fujimori y el jefe policial de aquel centro penitenciario, rinde homenaje y saluda la gestión de Fujimori, así como la “incorruptibilidad” del policía a cargo de dicho centro. Las imágenes concluyen con un efusivo abrazo y sonrisas entre Fujimori y Yehude Simon. Sólo un ignorante podría creer tales epítetos encomiásticos, en un país que tiene en sus cárceles un territorio más del maltrato y opresión contra población desarmada y, en su mayoría, de extracción popular.

Yehude Simon salió de la cárcel el 2000 durante el gobierno de transición encabezado por Valentín Paniagua. Fue indultado y liberado por el entonces Ministro de Justicia, Diego García Sayán, otrora también militante de la izquierda peruana. Un par de años después, Alejandro Toledo realizó “a nombre de la nación” un desagravio público a Yehude Simon y le solicitó “el perdón” por “tan grave injusticia”. Era algo así como su partida de bautizo o reinstalación oficial en la vida institucional peruana (no en balde, ya flamante Primer Ministro, acaba de anunciar como una de sus tareas más urgentes recuperar la institucionalidad en todo el país). Desde el 2002, cuando derrotó al Apra, y luego lo volvió a derrotar en el 2006, Simon realizó una mediática carrera como Presidente Regional de Lambayeque y declaró recientemente su voluntad de candidetear a la presidencia del Perú en las próximas elecciones. Pero ha sido convocado para reemplazar al quemado fusible, Jorge del Castillo, y armar otro gabinete ministerial. Tómese en cuenta que por sus artimañas y astucias políticas (semejante a la mayoría de la izquierda legal peruana: la misma que fracasó en las movidas electorales de los 80, pero que siguió viviendo del cuento en el Parlamento, ONGs y demás centros académicos todos estos años, apoyando la continuidad del Estado con críticas superficiales y propuestas políticas que no iban a la raíz estructural de sus males) Simon se perfiló como uno de los dirigentes regionales más críticos del actual régimen aprista, y ganó las simpatías de buena parte de la población provinciana que vio en él a un hombre de izquierda quien, luego de una dolorosa e injusta prisión política, volvió reciclado para defender por la vía legal los mismos ideales de justicia social por los que luchó y padeció prisión.

Yehude Simon se inició en política a inicios de los años 80, con la alianza “Izquierda Unida”, y alcanzó a integrar las Comisiones de Derechos Humanos y Justicia del Congreso. Hoy se ha subido al carcomido vagón aprista, y sin reparo de ningún tipo por la sangre popular derramada por esta organización a lo largo de su historia, sin el mayor escrúpulo ni por los DDHH ni por la justicia que decía defender, se ha puesto el uniforme, para fungir de bombero: la función más preclara de los izquierdistas reciclados de estos años en todo el orbe. Y ha puesto a disposición de este gobierno, y sobre todo del Estado, sus conocimientos y experiencia en el campo popular para tapar las porquerías del poder en el país. En una entrevista del 25 de octubre de 2005, continuando con su oportunismo profesional y verbo adulador, dijo lo siguiente a propósito del proceso de regionalización en el norte del país: “Tuve la suerte de hablar con Alan García, y lo vi como un hombre amplio, con visión; me dijo que le hubiera gustado una región Cajamarca” (Fuente: agenciaperu.com). Ni más ni menos.

No, ni el Apra ni el MRTA ni la sarta de políticos diversos, periodistas, abogados, empresarios, militares y curas que se coluden día a día en los pasillos del Parlamento y los Ministerios representan ninguna solución para las masas empobrecidas por décadas de gobiernos que las estafan en nombre de reivindicaciones jamás cumplidas. Nunca el MRTA ni el Apra han significado otra cosa, y las propias bases de esas organizaciones deben ser cada vez más conscientes de quiénes fueron encumbrados como sus dirigentes y líderes. Si apenas hicieran dicha profilaxis política e intelectual, como muchos han hecho, de seguro tuviesen otro camino para tomar, y no darían más crédito a quienes demuestran hasta el cansancio que no merecen absolutamente nada de un país como el Perú.

Pero Yehude Simon no sólo se colude, en este momento, con quienes profundizan un camino negro en el Perú, sino que su cinismo prueba que afirmar que todo preso político acusado de “terrorista” cuando sale en libertad debe merecer a priori nuestra credibilidad y respeto es una simple falacia. Simon ha coronado su conducta con otra frase que lo retrata a cabalidad: “Quiero unir a Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui. Soy mariateguista”. Se salta a la garrocha, de este modo, el definitivo deslinde político del Amauta con el tal Haya de la Torre, y evidencia una total infravaloración del pueblo peruano, al pensar que una estupidez semejante podrá ser digerida sin atenuantes. Solo alguien ajeno al debate y contiendas políticos durante el siglo XX, en América Latina, podría celebrar una pachotada como la que acaba de proferir el flamante Premier aprista.

En realidad, en un país como el Perú, muchos de quienes salen de una prisión política suelen no salir en balde, especialmente cuando son “peces gordos” o cuadros como lo era Yehude Simon. Cuántos negociados, pactos y alianzas vergonzantes se esconden tras los muros de las cárceles peruanas. Cuántos acuerdos inconfesables se han de establecer para que, como hoy sucede con los siameses del régimen anterior, la cárcel no sea sino un centro de entrenamiento para servir mejor al Estado, más temprano que tarde. Y cuántas formas nunca dichas habrá de hacer este servicio, a cambio de volver a “la libertad”. Pero la libertad, como tantos otros conceptos no existe en abstracto. Nuevamente, como bien enseñó Carlos Marx, la libertad tiene siempre un sello de clase, y no se es libre sino para defender una u otra posición, una u otra practica, uno u otro poder. La libertad, al igual que la propia realidad, tiene ineludibles batallas en su seno, y la historia está hecha de carne y hueso, no de ilusos ideales lejos de la realidad que conforman los intereses políticos.

Que alguien como Yehude Simon salga de la cárcel para servir al aprismo y al Estado peruano, o que alguien caído en desgracia como Rómulo León Alegría, sus cómplices, su hija parlamentaria (ahijada del mismo Alan García) y quienes le hayan seguido su juego sean juzgados, y quién sabe si encarcelados, no muestra nada sustantivo en realidad. El poder tiene mil y un recovecos para ejercerse, y ya se puede estar dentro o fuera de unos muros y seguir siendo un peón del tinglado. Si hay una lección a tener en cuenta estos días es que no resulta tan importante hacia dónde apunta el dedo acusador, gritando con escándalo en contra del ladrón descubierto, o cuánto se celebra la pretendida renovación del juego político. Es mejor ver más atrás, reparar de quién es ese dedo que acusa, de dónde proviene la mano que saluda, los abrazos, y es seguro que de ese modo se adquirirá mejor conciencia política, que tanta falta hace en estos tiempos. Una conciencia crítica que luego de darse cuenta dónde está la brecha, es decir, la trampa en el mañoso discurso de presidentes, ministros y demás autoridades, pase a la acción, y como en los mejores momentos de rebeliones populares dentro y fuera del Perú, vaya directamente a la yugular del poder para definitivamente vencerlo, y fundar al mismo tiempo una sociedad de nuevo tipo en un mundo verdaderamente nuevo. Ninguna otra tarea es más urgente, más elevada ni más digna de los revolucionarios, de los socialistas a carta cabal, en el Perú y cualquier otra sociedad de estos tiempos.