7 de octubre de 2023

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IMAGINACIONES SOBRE LA SANTA CELESTINA

Cuento de Eduardo de Eduardo Pérsico (*).

2 de septiembre de 2008

Al fin nadie contaría con certeza cómo el Convento de la Santa Celestina se pulverizó en un santiamén.

En verdad, quienes oraban aquel domingo en la misa por la patrona del lugar ni percibieron el estallido; de pronto el fuego abrasó la capilla y afuera, los autos en la playa de estacionamiento se incendiaron íntegramente como si aquello hubiera sido dinamitado.

Pero eso sí, los ajenos al pueblo creyeron muy llamativa la cantidad de vehículos nuevos y costosos, unos cuatrocientos en una población que cinco años atrás fuera la más pobre de la región. Y también se supone que ese mismo día al señor Jiménez, - responsable político de la villa Celestina y cuñado del gobernador de la provincia- lo apremiaron a volverse de Buenos Aires para recibir en su casa a una persona de confianza.

- Mucho gusto, Martino. Mi amigo el gobernador me pidió visitarlo.
- Sí, Ricardo es esposo de mi hermana y me avisó.

Acaso ese fuera el inicio y en el auto de Martino se quedarían unos hombres oyendo el fútbol. Ya en la casa ambos desecharían que alguien viera caer sobre el convento a un bombardero B52 cargado con bombas explosivas.

- Esa fue una ocurrencia de una radio local – algo que los hizo sonreír. Jiménez destaparía una botella de Chardonay diciendo ‘hasta hoy el convento estaba a cuatro kilómetros y años atrás el gentío recorría esa distancia en procesión’. Informando además a Martino que él de pibe también hiciera la caminata, ‘un auténtico acontecimiento; chicos, viejos y mujeres marchaban exhibiendo imágenes de la Santa Celestina’.

- Y algo más, Martino – también diría Jiménez- medio siglo antes de las procesiones ahí funcionaba el mayor prostíbulo de la región, lo de María la Celestina. Y en esas excursiones, podría decirse que algunos irían mirando la inmensidad como si fuera un corso… Pero desaparecido el puerto se acabaron los marineros y las habitaciones del puterío fueron para el convento. Aunque todo cambió de moda como la moda, y los promesantes de hoy se mandan el recorrido montados en autos nuevos y muy caros.

Aunque del prostíbulo algo sabía Martino se inquietaría por alguna frase y se moviera en la silla, en tanto Jiménez calculara los muertos del mediodía ya que ‘en la capilla entraban unas novecientas personas’. Y prometería precisar mejor la cifra al saber quienes quedaron vivos.

‘Muy pocos se perdieron la fiesta de la Santa Celestina del milagro’, sonrió, el otro habrá insistido en cuántos muertos hubo y Jiménez, ya por el tercer vaso del Chardonay frío prometiera ‘mañana tendremos la cifra exacta.

Yo recién llegué; algo tarde por un corte de ruta en el límite, antes de cruzar el río’. Martino agregaría ‘sí, los chacareros que piden un programa de lluvias y más seriedad climática que les asegure una buena cosecha’.

Jiménez reiteraría conocer aquello de los cortes de ruta por viajar seguido con su mujer a Capital ‘donde viven y estudian los dos hijos varones, mientras la hija sigue investigando la historia del arte en Francia’.

Esto pudo hablarse y al pasar, el mismo Jiménez, responsable político y cuñado del gobernador revolearía algún nombre insigne de París y del Buenos Aires lujoso. Volverían al bombardero B52 y las bombas incendiarias, ‘esa estupidez’, y también a la explosión que habría sido tremenda.

- Deshizo cuatrocientos autos y de la capilla no salieron vivos ni los angelitos de los cielorrasos – luciría Jiménez en tanto Martino, además, tampoco entendería como ahí había cuatrocientos autos.

- Y sí usted conociera el negocio, Martino; con los aeródromos se ganan fortunas. Calcule, en dos pistas de aterrizaje y cuatro laboratorios se mueven millones de dólares

– se confiaría Jiménez y entonces Martino reclamaría el nombre de algún organizador.

- Por favor, si Ricardo el gobernador no conoce a los capos, yo menos. Habiendo guita en juego al pescado grande no lo conoce ni su mamá.

- Pero ¿usted ni conoce a quiénes refaccionaron el Convento? – buscó enterarse Martino y Jiménez diría que para el padre Santurce aquello fue donación de una Fundación misteriosa. ‘Eso sí, la constructora en un mes removió hasta los cimientos. Algo increíble, basta con ver la playa de estacionamiento’ – y ya Martino lo miraría mal.

– Jiménez, no me joda, nosotros hicimos eso y todo lo demás. ¿Nunca pensó que con la diferencia entre entradas y salidas durante cinco años aquí nos afanaron toneladas de la mejor? Esa mejicaneada salpicó a su mismo cuñado, mi amigo el gobernador.

- No. De eso en Santa Celestina no hubo ni rumores.

- ¿Jiménez, ni un rumor entre mil pelotudos? No me cargue – sería el tono de Martino cuando golpeó la mesa.

Al fin el cuñado del gobernador viendo cerca de la puerta a dos tipos se callaría pensando ‘este cree que porque yo leo versitos soy un gil’. Y ni explicaría que en la villa Celestina jamás hubo consumo ‘porque no eran idiotas y por eso mismo, ante semejante negocio ilegal usaron el derecho de participar’.

Igual, es de imaginar que los seis balazos recibidos por Jiménez en la espalda, por hábitos del oficio se los dieron con silenciador.

(*). Eduardo Pérsico, escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.