7 de octubre de 2023

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AQUEL CONVOCADOR DE LA PALABRA

Cuento de Eduardo Pérsico.*

2 de junio de 2008

El cuento nos contaba del lugar maravilloso que era el cielo donde pasaban tantas cosas lindas – alguien recitó y volvió a sentarse. El maestro de literatura frotó sus anteojos, bromeó ‘no te ensañes, Salcedo’ y nos reímos.

Aquel hombre nos daba clase los jueves al atardecer y hacía jovial su trabajo. Disfrutaba con las palabras, las amaba y jugaba con simpleza y al convocarnos a su niñez, repetía que entonces ellas eran sólidas voces con miga, ‘inflexiones sustantivas, verdaderas y no estos improvisados caprichos algebraicos, televisivos y gelatinosos’. Nos ilusionaba al decirnos que cuando el sol guia el vuelo de los pájaros y el inicial contoneo de una chica del barrio, las palabras cargan otro peso; ‘cada palabra arrastra su propia memoria, maestra es una buena señora sabedora de todo, escuela un caserón en mitad de la cuadra con la niñez adentro y las tardes del verano una carcajada vital’. Y al conseguir alguna sonrisa atenta se encendía diciendo que si las protegemos, las palabras se amigan con nosotros y dejan de ser imprecisiones tenaces, alquimias pretensiosas, elípticas, oblicuas y sin relleno. Han de ser signos para juntarnos, comprendernos y jamás caprichos gramaticales de agrandar los misterios y el absurdo.

Decía sus cosas el maestro aquel y en Tres Caminos, ni diez mil habitantes, aparte de unos pocos inquietos por liberar alguna cuerda loca y comprender, por ejemplo ‘cada instante es indeclinable y su latido fugaz es casi olvido’, al pueblo su verba le sonaría a pecado. Por mucho que alguien por ahí anotara ‘saborear el amor con alegría es todo lo que somos’, sentencia delirante pero tozuda. Y quizá por eso nos gustó enterarnos que él había conocido antes el lugar, detrás de unamorío.

- Este anduvo por aquí hace mucho tiempo - nos sugirió un viejo en voz baja.
- ¿ Fue un galán misterioso?
- No tanto, un engaño común – y Salcedo, que fuera monaguillo, ahí aprovechó a sentenciar que el profe era un loco lindo al pedir que los religiosos olvidaran el milagro y ayudaran a multiplicar los panes, ‘ya que un pibe muerto de hambre es una derrota de dios’...

Por ese tiempo, a nuestra adolescencia le llegó lo sucedido en Tres Caminos y otros pueblos de alrededor. En pocos días cambiaron los jefes políticos y los comisarios, y llegaron a ocupar esos trabajos personas que pocos conocían y de saludar apenas. Al suspenderse la charla quincenal en la biblioteca municipal las conversaciones se hicieron menos ruidosas y recién pasada una semana nos preguntamos por el maestro de literatura. Siempre y luego de acabar su clase del jueves, el hombre tomaba su robusta ginebra en tanto aguardaba el ómnibus del anochecer, pero nadie supo si esa vez llegó a su casa de la capital, y ni siquiera si alcanzó a entrar en el boliche del pueblo.

(*). Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.