7 de octubre de 2023

INICIO > OTRAS SECCIONES > Especiales

COLOMBIA: CURAS Y CORRUPCION

Por: Reinaldo Spitaletta.

10 de septiembre de 2007

(ARGENPRESS.info). Colombia, país de escándalos, con la particularidad de que cada nuevo escándalo tapa al anterior, se está volviendo escéptica. Lo cual puede derivar en una interesante actitud crítica frente a los poderes. Ahora, cuando se ventilan en Cali acusaciones contra clérigos no solo por homosexualismo sino por irregularidades económicas y de manejos eclesiásticos, la Iglesia vuelve a perder credibilidad.

Así como tanta gente, que por lo menos es dada a alguna reflexión, ha perdido la fe frente a las instituciones. Por ejemplo, acerca de los militares, de los cuales se conocen alianzas con los paramilitares, como en masacres como la de Mapiripán, para no mencionar sino una de esas atrocidades. ¿Y qué? No pasa nada. Porque, como se sabe, Colombia es tierra de impunidades.

Lo positivo de esta situación, por sí misma de espanto, es que poco a poco se va desbarajustando el sistema. Un sistema construido con base en la mentira, en el desprecio por los pobres, en la humillación del de arriba hacia el caído. Y así, aunque extrañas encuestas hablen de la popularidad del presidente, éste es en la práctica cada vez más antipopular.

En alguna emisora escuché a un ciudadano decir que para qué se dedicaban tantos esfuerzos a encuestas sobre la popularidad presidencial. Proponía, en cambio, que se realizaran sobre el desplazamiento y la pobreza que castiga al pueblo colombiano. También es fama que Colombia es uno de los países con mayor número de desplazados forzosos en el mundo. Y que es un país rico con más de veinte millones de pobres y miles de indigentes.

Debería ser apenas obvio que se pierda credibilidad en las instituciones. Hechas para favorecer criminales, para tapar corrupciones, para evitar la participación popular aunque la letra diga lo contrario. ¿Quién puede creer otra vez, por ejemplo, en el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), infiltrado por paramilitares, que ha tenido directores cómplices de la delincuencia?

Quién puede volver a creer en un sistema de exclusiones económicas y políticas, que en otros días exterminó totalmente a un partido político de oposición. Y nada pasó. O qué tal su administración de justicia que ha dejado en la impunidad crímenes diversos, como los de los dirigentes y académicos Héctor Abad Gómez, Luis Fernando Vélez, Felipe Vélez, Leonardo Betancur, Pedro Luis Valencia… De estos asesinatos, cometidos hace veinte años, no hay culpables.

Quién que tenga capacidad crítica puede volver a creer en aquellos políticos de la parapolítica, alineados con el gobierno y acusados de tener nexos con el paramilitarismo. Cada vez es más evidente que la desmovilización paramilitar es palabrería. Y que no se ha desmontado la maquinaria formidable de este grupo ilegal. Sigue ejerciendo control en buena parte del país, en la economía, en la política. Y las víctimas, cuando no son amenazadas entonces las asesinan. Sobre ellas se continúa, según diversas denuncias, la hostilidad y la intimidación.

Quién puede creer que es serio un presidente que no respeta la separación de poderes. Que dice que aquí no hay un conflicto interno armado. Que alguna vez hospedó en una suite de hotel lujoso a un delincuente. Que en cada intervención pública demuestra menos dotes de estadista y más expresiones de mayordomo.

Cada escándalo nos conduce a prepararnos mejor para la sospecha. Para no creer en todos los discursos. Para desconfiar del poder y de los que lo utilizan para usufructo personal. Así que cada escándalo, bien cribado, es una posibilidad para el cultivo del necesario escepticismo y de la duda. Dudar –dicen- es el principio de la sabiduría.

Ahora, cuando un viejo sacerdote que abusó sexualmente de jóvenes fue declarado por los tribunales eclesiásticos como inocente, estalla otro alboroto mayor en Cali. Un cura denuncia a otro de gastarse los dineros de la feligresía en solicitudes o compra de favores sexuales de muchachos. Advierte sobre un sacerdote que el día de su ordenación tuvo un hijo y acosa sexualmente a peladas (adolescentes) de barrios populares.

Que haya clérigos depravados, violadores y ladrones no es nuevo ni sorprendente. Como lo precisa un lector, lo más aberrante es que no se castiguen esas conductas. Ah, y lo más espeluznante es que, como pasa en la política, muchos de los implicados ’caen para arriba’.

Dentro de la escandalera, un representante a la Cámara propone que la Iglesia termine con el celibato o que, en su defecto, someta a ’terapia hormonal preventiva’, más conocida como castración química, a todos los sacerdotes. Qué distinta fue la castración del pobre Abelardo por sus amores con Eloísa.

Aquí cada día nos depara un escándalo y también una colección de impunidades. Esperemos que si empiezan a castrar curitas, entren, como el medieval Abelardo, en un trance espiritual y anden por rectos caminos de santidad.