7 de octubre de 2023

INICIO > Cultura

¡ADELANTE, QUE EL IDEAL NUNCA SE RINDE!

Cuento de Eduardo Pérsico (*).

5 de agosto de 2007

Un miércoles Día de Damas con sala repleta de mujeres y copia nueva de "La Princesa que quería vivir", un cuarteto revolucionario ocupó el Ideal, Cine-Teatro de mi barrio. Un encapuchado y otros dos a cara limpia ocuparon la sala, el acomodador Pepe Luzmila se esfumó y un cuarto combatiente irrumpió en la cabina de proyección armado con una película enlatada y un revólver niquelado que al verlo el gallego Luis, el operador, lo supuso una joda de los vagos del café.

Luis era un catalán de voz gruesa que parecía envolver las palabras en la boca al decirlas y veterano de la guerra civil en España llegado al Ideal a principios del cuarenta. Por la consabida argentinada de llamar turco a un armenio o ruso a cualquier judío, el hombre fue nombrado el gallego Luis que al tomar su trabajo y escuchar los lunes usted tendrá su día franco, respondió Franco jamás, digamos que será mi día libre. Y sólo por eso, si aquel primerizo con echarpe y gorra sobre las orejas le hubiera calculado mejor los puntos, en vez de amenazarlo con un 38 largo ese día se quedaba abrigado en su casa mirando a Batman por televisión.

- No te muevas carajo y viva la lucha popular lo apuró el subversivo y Luis que titubeó un instante, luego de semblantearlo casi le afloja una sonrisa. El pibe aquel le ordenaba proyectar un rollo fuera de programa y él no se calentó demasiado: acabó de tomarse un mate, repasó sus anteojos y empezó a dictarle.

- Bueno cabrón, suelta ese matagatos que no me asustas, abre esa lata y coloca tu rollo en el carretel.

Y como ese viejo loco le quemaba el discurso, el sudoroso luchador armado con gorra y bufanda, obedeció

- Ahora mira la ventanita; al ver tres manchas blancas arriba a la derecha tarda cinco segundos y jala esa palanca que prende la máquina dos.

Aquel muchachito soñaría con entrar victorioso a Buenos Aires montado sobre una yeguita blanca que lo bajara del Aconcagua, pero el viejo Luis que olfateara mucha pólvora verdadera siguió en orientarle su práctica de combate.

- Bueno, deja el revólver y quítate la chalina antes de ahorcarte con la polea, cuenta treinta fotogramas, sincroniza el sonido y cuando veas otras dos manchas mueve la palanca y habrá proyección.

- Sí señor - gimoteó el pibe abrumado entre la liberación y las indicaciones.

- Bueno pichón, deja todo y cébame mate. Yo pasaré la cinta que espero sirva para algo – cerró el viejo Luis y manos al asunto, disfrutando.

Es que al gallego Luis llegado de Cataluña hasta lo divertían las burlas que le inventaba Pepe Luzmala, el acomodador: Anoche a Luis lo hirieron en el tiroteo de Arizona; cuando exhibe Las lluvias de Ranchipur Luis se calza los zapatos de Frankestein; o señores, otra vez el operador se nos ahogó en La Batalla del Río de la Plata, eran las invenciones del Luzmila más conocidas en el barrio. Y esa tarde, mientras en la cabina la lucha revolucionaria se desenfrenaba, las mujeres de ‘miércoles a mitad de precio vieron humear el habano del Che Guevara en lugar del beso del fotógrafo y la princesita que quería vivir, al tiempo que el miliciano encapuchado sacudía tanto su bandera colorada que ya le dolían los brazos.

- Vamos para atrás, pendejo soltó Luis una carcajada. Es que pese a todo, jamás la dirigencia cubana resultó tan indecisa como en aquel momento: si Fidel Castro tronaba una palabra categórica eso sonaba a mascarita antigua y cuando el fehaciente Guevara alzaba su mano en un saludo, parecía bajarla yéndose al llegar. En verdad, con esa actitud los barbudos aún estarían matando jejenes en el monte y mientras se proyectaba celuloide al revés, a contrapierna y por el ano, los subversivos del Ideal se sentían muy pelotudos al sacudir su pabellón sin liberar a nadie.

- Siéntense jóvenes o llamo al acomodador se enojó una viejita cuando al enrollar el estandarte los ocupantes aceptaron que ese pulguiento cine de Escalada no ofrecía las condiciones objetivas para lanzar la Lucha por la Liberación ni frase parecida. Y al repliegue se sumó el combatiente de arriba que bajó rajando la escalera olvidando sus pertrechos. Menos la gorra.

- Corre chupateta, que esta pendejada le dá aire a tu enemigo - le gritó Luis, remordiendo tal vez algún propio fracaso.

Así que al repartir el botín que olvidara el invasor, Pepe Luzmila, - que emergiera de su escondite gritando adelante, que el Ideal nunca se rinde- eligió el ’38 niquelado y Luis prefirió la chalina de vicuña.

- Para cuidarme de la bruma en Crimen Londinense - se anticipó el catalán al acomodador y los vagos del café. Y aquel encapuchado, quizá, en algún rincón aún guarda la bandera.

(*). Eduardo Pérsico, narrador y ensayista, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.