7 de octubre de 2023

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Rocío Silva Santistebán y la carabina de Ambrosio.

EL HUASCAR Y LA POESIA DEL NACIONALISMO RAMPLON

Por: Gabriel Adrián.

28 de abril de 2007

Hace ya un par de semanas los diarios peruanos dieron la cuenta de la negativa de la poeta peruana Rocío Silva Santistebán de leer sus poesías en el “Huáscar”, hoy trofeo de guerra del Estado chileno. Los matutinos daban cuenta que la vate peruana rehusaba su participación arguyendo que no “quería leer sus poesías en un trofeo de guerra”. Silva escribió al respecto que aunque ella aspira a “cruzar fronteras o borrarlas, se siente miembro de esta comunidad nacional (la peruana) afrentada”.

Nos parece positivo que una poeta se niegue a leer sus poemas en un trofeo de guerra por toda la carga simbólica que aquel puede tener (guerra de agresión, intereses imperialistas, muerte, empobrecimiento, desplazamiento, enfrentamiento entre comunidades hermanas). Pero la poeta justifica su ausencia al encuentro manifestando que no puede leer “en un lugar donde la herida que ha constituido nuestra nación sigue palpitando”. Este patético lamento revela una tara cada más común entre intelectuales que se reputan progresistas: el del más ramplón nacionalismo que los lleva a ponerse a la misma altura que militares farsantes y criminales que usan el nacionalismo como elemento mistificador de una falsa historia y como instrumento de manipulación electoral. Velasco Alvarado, Ollanta Humala, para mencionar algunos, han utilizado el espíritu nacionalista, no en bien de la nación y del pueblo, sino para lograr dividendos políticos y para encubrir sus ambiciones políticas.

Este nacionalismo no sólo revela una posición de clase burguesa, sino escasa reflexión política e ignorancia de lo que está detrás de la construcción de la supuesta Nación peruana. Rocío Silva escribe de “fronteras”. Me pregunto de qué fronteras habla. ¿Las de una guerra azuzada por el Imperialismo inglés del Siglo 19 que enfrentó a las élites de tres países vecinos embarcados en proteger sus intereses particulares? ¿La de una Historia llena de héroes vencidos a los que, casi sin excepción, les interesaba muy poco el destino de las mayorías empobrecidas e indígenas del Perú? ¿A qué diferencias se refiere Silva? No se ha dado cuenta ella acaso, a más tardar desde su experiencia en el extranjero, que ella está más cerca que los de clase media, alta y/o cultivada de Chile y Ecuador que una campesina quechuahablante de Andahuaylas o que una empleada doméstica de Lima con la cuál no compartiría quizás la misma mesa o intercambiaría palabras.

Está claro que Rocío Silva se refiere a “las diferencias” que marcaron la guerra entre los Estados de Perú y Chile. “Diferencias” que las clases dominantes de ambos países se han preocupado de mantener vivas para poder instrumentalizar a sus poblaciones, sobretodo en situaciones de crisis, y para construir una Historia que sustente el proyecto de Estado que se ha desarrollado en ambos países por más de 150 años. Un proyecto de Estado que se sustenta en la explotación de las mayorías de la población; de opresión racista y de género. Llama la atención la identificación con esta Historia y con este Estado peruano que trasluce Rocío Silva. Algún marxista clásico podría decir que se trata de posición de clase. Mucho de eso hay. Pero esto no basta para explicar el fenómeno. Se imaginan a una poeta francesa que se repute medianamente progresista escribiendo sobre la afrenta de Alemania contra Francia. Francamente impensable. Osea que la clase no basta para explicar nacionalismo burgués y analfabetismo político.

Muchos podrían disculpar a Rocío Silva diciendo que es una intelectual no politizada. Pero no es el caso. Además a Silva le cabe ser conciente de los tipos de discursos que sustenta: discursos que apuntan a cimentar la idea de una Nación peruana. Esta idea sirve para legitimar injusticias, explotación, opresión, genocidios. La lucha anti-subversiva se legitimó en esta idea. El Estado no justifica su accionar contra movimientos revolucionarios o de protesta con la protección de la propiedad privada -de los más del ricos del Perú, se entiende- y de las relaciones hegemónicas de dominación. No, el Estado recurre al discurso de la lucha contra el “enemigo interno”, “que socava los cimientos de la Nación peruana” para justificar su accionar. Y estamos ante un Estado tan autoritario que ni siquiera sustenta su política anti-subversica con la defensa de libertades individuales. No, los “intereses” de la pretendida nación peruana son que habría que defender.

En este contexto, se habla, por ejemplo, de las pérdidas que para el país significó la subversión durante los ochenta y noventa. Se habla de más de 30 mil millones de dólares en pérdidas. Puede imaginarse uno que esa suma hubiera ido a parar a los bolsillos de los desposeídos si no hubiera habido lucha armada. La respuesta es evidente: no. Ante la misma realidad estamos cuando apreciamos los índices de pobreza en el Perú desde la derrota de las guerrillas a fines de los noventa. Aun cuando el Perú ha sido el país latinoamericano con los mayores índices de crecimiento económico en los últimos 15 años, la pobreza ha aumentado desde entonces. Esto producto de las políticas chupasangre de las élites peruanas ligadas al Imperialismo y al capital transnacional. Sin embargo, son estas élites las que promueven desde el Estado, los aparatos educativo y cultural (al cual pertenece Rocío Silva) y los medios de comunicación el nacionalismo ramplón que va, al final de cuentas, justificar políticas estatales contra el pueblo.

Considerando todo esto cabe preguntarnos una vez más, ¿qué hace la Nación peruana? ¿Qué es lo que une a los peruanos? ¿Qué une a una campesina violada por policías, cuyos hermanos fueron desaparecidos y torturados con el empresario racista que los desprecia, con el militar genocida, con el presidente y parlamentario corruptos o con el arzobispo soplón? Nada, absolutamente nada. Nada sano, por lo menos. Este es no es un ejemplo accidental, refleja la realidad de millones de peruanos y peruanas. Una realidad a la que intelectuales como Rocío Silva cierran los ojos reproduciendo discursos a través se sustenta un orden injusto adornado con la bicolor.